viernes, 14 de noviembre de 2014

RELATOS DE VESPIRIA: NOCHE DE BRUJAS




He aquí el segundo relato, si ni han leído el primero, pueden hacerlo en el siguiente enlace: http://tiempostmoderno.blogspot.mx/2014/10/relatos-de-vespiria.html

NOCHE DE BRUJAS
POR ISAÍAS LEMUS ALDANA

Llevaba alrededor de diez minutos cuando vio su reloj con desesperación de nuevo, miraba a su alrededor por no la veía por ningún lado, una balada pop inundaba la habitación, y el humo de cigarro y olor a cerveza se esparcían por todo el lugar, el aroma inconfundible de una fiesta.

La gente platicaba y reía, y él no podía dejar de preguntarse porque no había llegado todavía, no era fan de las muchedumbres ni de las fiestas, era socialmente incompetente, pero aquí se encontraba, esperándola a ella.

“¡¿Qué onda?!” le preguntó a gritos un joven vestido de zombi, “¿Perdón?” respondió, “Nada, sólo te estaba saludando, ¿Quién eres?” “ah, hola, soy Rafael, Rafael Estrada”, “Sí sé cómo te llamas Raf, me refiero a que de qué bienes disfrazado.” “Ah, hola, perdón, ando distraído, soy el Sr. Muerte.” “¿Y dónde está tu hoz?” preguntó el zombi “No, el Sr. Muerte no tiene hoz, es un hombre de negocios, por eso vengo de traje.” “Ah, órale” contestó el zombi, y se fue.

El ansia de Rafael aumentaba, no se sentía a gusto, comenzaba a sudar, de repente, una figura angelical apareció al otro lado del salón, una sensación de alivio le surcó de los pies al cuello; portaba un vestido negro, con un delantal blanco, su rostro, pintado de catrina, todo blanco con trazos negros, la sombra en su rostro resaltaba el brillo de sus ojos negros, traía el cabello recogido, adornado con una flor de cempasúchil, vieja y desgastada.

Caminaron hacia una mesa que había en uno de los lados, se sirvieron unos tragos y comenzaron a platicar. El lugar era una vieja casa abandonada a las afueras de la ciudad, dónde cada año, a finales de octubre, la gente de su salón hacía una fiesta de disfraces por Halloween, pero este año se había atrasado un día.

La casa se encontraba cerca de un bosque, tenía los vidrios rotos, y la yerba y maleza crecían por cualquier recoveco, rendija y cuarteadura que hubiere, destellos de grafiti adornaban las paredes. Los árboles estaban secos, y sus ramas hace largo tiempo habían perdido su follaje, rechinando por causa del frío viento otoñal, dándole un aspecto tenebroso. En la entrada, un arco señalaba la bienvenida, dos ranas de piedra la resguardaban. Fantasmas de tela y papel deambulaban al viento, fijos al techo y las ramas de los árboles. En el interior de la casa, telarañas artificiales colgaban del techo y de los lindeles de las puertas, el salón principal, que era dónde se encontraba la mayoría de la gente, también se encontraba  habitado por los fantasmas de tela, pero estos tenían en las cabezas pequeñas luces amarillas, siendo la principal fuente de iluminación de aquel salón, dándole un aspecto cálido y supernatural.

Las paredes, originalmente blancas, brillaban de un amarillo opaco a la luz de los fantasmas, llenas de mugre estaban, el polvo las adornaba y la pintura lentamente se cuarteaba, un decadente recuerdo de una vida pasada. En el fondo había una mesa, con unas bocinas a los lados y una consola de sonido, era el lugar del DJ que ambientaba la fiesta, al centro estaba la improvisada pista de baile, pero nadie la usaba de momento, al lado izquierdo había una alargada mesa de plástico, que en su lomo soportaba de todo: botana, bolsas, prendas de ropa, y todo tipo de licores. En el suelo, al lado de la mesa, había un barril de cerveza, con un embudo al lado, y una hielera, que lentamente se desangraba.

La gente estaba por todos lados, unos con disfraces sumamente elaborados, otros no tanto, brujas, zombis, demonios, hombres lobo, vampiros, y todo producto del acervo popular fácil de identificar conformaban a los habitantes temporales de la improvisada casa embrujada. Sostenían conversaciones amenas, comunes en este tipo de fiestas. El bullicio inundaba aquel lugar, pero no se entendía una sola palabra, como si todas las voces se hicieran una para decir absolutamente nada, la música era el verdadero lenguaje de la fiesta y todos lo entendían.

Alicia observaba con asombro los miles de fantasmas colgados del techo, “¿Cuánto tiempo crees que se hayan tardado?” “No lo sé, pero se ve muy tardado” respondió Rafael “Sí, está bien creepie ¿no?, justo en el punto medio donde los sueños se convierten pesadillas”. Alicia y Raf siguieron con su plática habitual, y de repente, hubo silencio, la música se había detenido, las reclamaciones no se hicieron esperar, el D.J., los calmó con un gesto, una nueva canción comenzó, era “Cómo te voy a olvidar” de los Ángeles Azules, la gente irrumpió en un frenesí de gritos de emoción, y todos se pararon a bailar. Alicia agarró a Rafael del brazo, “Vente” le dijo, una vez en la pista, iniciaron con su baile, ninguno de los dos era especialmente bueno, pero el instinto los movía, ese impulso que entra por los oídos y sale por las extremidades del cuerpo en forma de danza. La balada seguía, y los jóvenes continuaban con su baile, entre demonios, brujas y zombis, por un instante el salón les pertenecía sólo a ellos, no había nadie más,  los fantasmas brillaban en el techo iluminándoles los rostros cubiertos de maquillaje, pero de alguna forma, en ese instante podían reconocerse a través de sus disfraces.

Una vez terminada la canción, Raf se acercó a Alicia, y al oído le dijo: “¿Quieres ir a fuera?”, ella asintió con la cabeza y juntos salieron de la casa, hacia el patio trasero, aquí había menos gente, algunos grupillos de personas platicando, bebiendo y fumando; y una que otra pareja haciendo lo propio. Juntos fueron al extremo opuesto, donde había un viejo rosal que crecía en cualquier dirección. Se vieron a los ojos bajo la pálida luz de la luna. “¿En qué piensas?” le preguntó Rafael, con voz baja, como un susurro, “En lo ridículos que nos vemos con estos disfraces” Rafael se rio en silencio, “No, en serio” replanteó el joven en un tono más serio, “Bueno, sigo teniendo este sueño…” Raf podía ver que la mirada de Alicia cambiaba “sueño que estoy en un bosque –prosiguió- estoy sola en un claro despejado, rodeada de árboles inmensos, no muy distintos a estos, en completa oscuridad y tengo miedo, pero no es la oscuridad lo que me asusta, ni el sentirme sola, sino aquella sensación de que en realidad no lo estoy, hay una criatura entre los árboles viéndome a través de la oscuridad, no hace nada, solo me ve…” su voz había cambiado, se sentía fría, como el clima, pero personal, muy personal “Guau, eso está muy tétrico” respondió Rafael entre bromas, para relajar el ambiente “Ya lo sé, perdón por ser tan dramática” “No, descuida, yo también tengo sueños raros, ¿qué crees que signifique?” Alicia lo vio con curiosidad “No lo sé, no creo que signifique nada, ése es el problema de contarle tus sueños a los demás, de repente todos se sienten psicólogos y te empiezan a analizar” por un momento Raf se sintió ofendido, por lo que preguntó: “¿Y por qué me lo contaste a mí?” “Porque confío en ti Rafo, no me importa contarte mis sueños…” se detuvo por un instante y continuó ¿y que hay de ti? ¿cómo te va con… ya sabes…?” le preguntó ella, la postura de Raf cambió de inmediato, se encorvó un poco, y colocó su vista al bosque a sus espaldas, evitando la mirada de Alicia “Pues… ya sabes… es difícil, pero lo estoy intentando, realmente lo estoy intentando” parecía vulnerable. “¿Por qué estamos hablando de esto?” dijo Alicia, rematando con una risa nerviosa, “mejor hay que cambiar de tema, se supone que esto es una fiesta” “Tienes razón” contestó Rafael, aligerándose un poco “Deberíamos hacer algo épico” dijo ella, mirando las estrellas, “¿Cómo qué?” preguntó él, detectando un plan en ciernes por parte de su catrina compañera. Ella se le acercó un poco más, y murmuró “¿Por qué no simplemente huimos esta noche?”

Los dos se encontraban en la carretera, aquel oscuro camino que llevaba a la ciudad, dejado la fiesta, las intermitentes luces se reflejaban en el carro rojo en que huían, convertible, perteneciente a una época ya olvidada, Alicia iba casi de pie, con el rostro al aire, se había soltado el cabello, y la flor la había guardado en la guantera, en el radio una dulce melodía sonaba, Rafael estaba temblando de la emoción, nunca en su vida se había sentido más vivo. Sus miradas se cruzaron por un instante, en los montes de al fondo una batalla de relámpagos se libraba, encendiendo esporádicamente el oscuro cielo otoñal. Su cabello se confundía con la noche, y los faros del coche iluminaban el sinuoso camino.
Se encontraban llegando a la ciudad, Alicia había tomado su asiento cuando pasaron por un túnel bicéfalo, las miles de luces se reflejaron en el lomo y los costados del vehículo, un centenar de estrellas artificiales que lo recorrían de principio a fin, explotando en un destello al llegar al final de su recorrido, volviendo a empezar. Un breve momento de éxtasis.

“Espera, hay algo que tengo que hacer” dijo Alicia a Rafael, “¿Estás segura?” inquirió el joven, “Sí, no puedo irme sin hacerlo” “Ok”. Tomó la salida de la derecha, una vez que habían llegado al lugar, Alicia abrió la puerta del carro. “¡Espera!” la interrumpió Raf, “Hay algo que tengo que... el momento en que te vi llegar a la fiesta… yo…”  Rafael estaba increíblemente nervioso, la voz se le quebraba “yo…” “¿Si?” lo animó Alicia, viéndolo fijamente con sus enormes ojos negros, aquella mirada que nunca pudo descifrar, "... ten” de la guantera sacó una cajita, envuelta en papel café, un poco dañado, amarrada por un listón morado oscuro, y se la entregó “¿Segura que no necesitas ayuda?” preguntó el joven “No, digamos que esto es algo que tengo que hacer yo sola”, “Ok"  “Gracias” fue lo último que dijo ella, y a toda prisa subió las escaleras hacia el apartamento. Rafael la veía mientras ascendía, ignorando los faros de un coche negro que se estacionaba por detrás, a no menos de una cuadra.



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