He aquí el segundo relato, si ni han leído el primero, pueden hacerlo en el siguiente enlace: http://tiempostmoderno.blogspot.mx/2014/10/relatos-de-vespiria.html
NOCHE DE BRUJAS
POR ISAÍAS LEMUS ALDANA
Llevaba alrededor de diez minutos cuando
vio su reloj con desesperación de nuevo, miraba a su alrededor por no la veía
por ningún lado, una balada pop inundaba la habitación, y el humo de cigarro y
olor a cerveza se esparcían por todo el lugar, el aroma inconfundible de una
fiesta.
La gente platicaba y reía, y él no podía
dejar de preguntarse porque no había llegado todavía, no era fan de las
muchedumbres ni de las fiestas, era socialmente incompetente, pero aquí se
encontraba, esperándola a ella.
“¡¿Qué onda?!” le preguntó a gritos un
joven vestido de zombi, “¿Perdón?” respondió, “Nada, sólo te estaba saludando,
¿Quién eres?” “ah, hola, soy Rafael, Rafael Estrada”, “Sí sé cómo te llamas Raf,
me refiero a que de qué bienes disfrazado.” “Ah, hola, perdón, ando distraído,
soy el Sr. Muerte.” “¿Y dónde está tu hoz?” preguntó el zombi “No, el Sr. Muerte
no tiene hoz, es un hombre de negocios, por eso vengo de traje.” “Ah, órale”
contestó el zombi, y se fue.
El ansia de Rafael aumentaba, no se
sentía a gusto, comenzaba a sudar, de repente, una figura angelical apareció al
otro lado del salón, una sensación de alivio le surcó de los pies al cuello;
portaba un vestido negro, con un delantal blanco, su rostro, pintado de catrina,
todo blanco con trazos negros, la sombra en su rostro resaltaba el brillo de
sus ojos negros, traía el cabello recogido, adornado con una flor de
cempasúchil, vieja y desgastada.
Caminaron hacia una mesa que había en
uno de los lados, se sirvieron unos tragos y comenzaron a platicar. El lugar
era una vieja casa abandonada a las afueras de la ciudad, dónde cada año, a
finales de octubre, la gente de su salón hacía una fiesta de disfraces por Halloween,
pero este año se había atrasado un día.
La casa se encontraba cerca de un
bosque, tenía los vidrios rotos, y la yerba y maleza crecían por cualquier
recoveco, rendija y cuarteadura que hubiere, destellos de grafiti adornaban las
paredes. Los árboles estaban secos, y sus ramas hace largo tiempo habían perdido
su follaje, rechinando por causa del frío viento otoñal, dándole un aspecto
tenebroso. En la entrada, un arco señalaba la bienvenida, dos ranas de piedra la
resguardaban. Fantasmas de tela y papel deambulaban al viento, fijos al techo y
las ramas de los árboles. En el interior de la casa, telarañas artificiales
colgaban del techo y de los lindeles de las puertas, el salón principal, que
era dónde se encontraba la mayoría de la gente, también se encontraba habitado por los fantasmas de tela, pero
estos tenían en las cabezas pequeñas luces amarillas, siendo la principal
fuente de iluminación de aquel salón, dándole un aspecto cálido y supernatural.
Las paredes, originalmente blancas,
brillaban de un amarillo opaco a la luz de los fantasmas, llenas de mugre
estaban, el polvo las adornaba y la pintura lentamente se cuarteaba, un
decadente recuerdo de una vida pasada. En el fondo había una mesa, con unas
bocinas a los lados y una consola de sonido, era el lugar del DJ que ambientaba
la fiesta, al centro estaba la improvisada pista de baile, pero nadie la usaba
de momento, al lado izquierdo había una alargada mesa de plástico, que en su
lomo soportaba de todo: botana, bolsas, prendas de ropa, y todo tipo de
licores. En el suelo, al lado de la mesa, había un barril de cerveza, con un
embudo al lado, y una hielera, que lentamente se desangraba.
La gente estaba por todos lados, unos
con disfraces sumamente elaborados, otros no tanto, brujas, zombis, demonios,
hombres lobo, vampiros, y todo producto del acervo popular fácil de identificar
conformaban a los habitantes temporales de la improvisada casa embrujada. Sostenían
conversaciones amenas, comunes en este tipo de fiestas. El bullicio inundaba
aquel lugar, pero no se entendía una sola palabra, como si todas las voces se
hicieran una para decir absolutamente nada, la música era el verdadero lenguaje
de la fiesta y todos lo entendían.
Alicia observaba con asombro los miles
de fantasmas colgados del techo, “¿Cuánto tiempo crees que se hayan tardado?” “No
lo sé, pero se ve muy tardado” respondió Rafael “Sí, está bien creepie ¿no?, justo en el punto medio
donde los sueños se convierten pesadillas”. Alicia y Raf siguieron con su
plática habitual, y de repente, hubo silencio, la música se había detenido, las
reclamaciones no se hicieron esperar, el D.J., los calmó con un gesto, una nueva
canción comenzó, era “Cómo te voy a olvidar” de los Ángeles Azules, la gente
irrumpió en un frenesí de gritos de emoción, y todos se pararon a bailar. Alicia
agarró a Rafael del brazo, “Vente” le dijo, una vez en la pista, iniciaron con
su baile, ninguno de los dos era especialmente bueno, pero el instinto los
movía, ese impulso que entra por los oídos y sale por las extremidades del
cuerpo en forma de danza. La balada seguía, y los jóvenes continuaban con su
baile, entre demonios, brujas y zombis, por un instante el salón les pertenecía
sólo a ellos, no había nadie más, los
fantasmas brillaban en el techo iluminándoles los rostros cubiertos de
maquillaje, pero de alguna forma, en ese instante podían reconocerse a través
de sus disfraces.
Una vez terminada la canción, Raf se acercó
a Alicia, y al oído le dijo: “¿Quieres ir a fuera?”, ella asintió con la cabeza
y juntos salieron de la casa, hacia el patio trasero, aquí había menos gente,
algunos grupillos de personas platicando, bebiendo y fumando; y una que otra
pareja haciendo lo propio. Juntos fueron al extremo opuesto, donde había un
viejo rosal que crecía en cualquier dirección. Se vieron a los ojos bajo la
pálida luz de la luna. “¿En qué piensas?” le preguntó Rafael, con voz baja,
como un susurro, “En lo ridículos que nos vemos con estos disfraces” Rafael se
rio en silencio, “No, en serio” replanteó el joven en un tono más serio, “Bueno,
sigo teniendo este sueño…” Raf podía ver que la mirada de Alicia cambiaba
“sueño que estoy en un bosque –prosiguió- estoy sola en un claro despejado,
rodeada de árboles inmensos, no muy distintos a estos, en completa oscuridad y
tengo miedo, pero no es la oscuridad lo que me asusta, ni el sentirme sola,
sino aquella sensación de que en realidad no lo estoy, hay una criatura entre
los árboles viéndome a través de la oscuridad, no hace nada, solo me ve…” su
voz había cambiado, se sentía fría, como el clima, pero personal, muy personal
“Guau, eso está muy tétrico” respondió Rafael entre bromas, para relajar el
ambiente “Ya lo sé, perdón por ser tan dramática” “No, descuida, yo también
tengo sueños raros, ¿qué crees que signifique?” Alicia lo vio con curiosidad “No
lo sé, no creo que signifique nada, ése es el problema de contarle tus sueños a
los demás, de repente todos se sienten psicólogos y te empiezan a analizar” por
un momento Raf se sintió ofendido, por lo que preguntó: “¿Y por qué me lo
contaste a mí?” “Porque confío en ti Rafo, no me importa contarte mis sueños…”
se detuvo por un instante y continuó ¿y que hay de ti? ¿cómo te va con… ya
sabes…?” le preguntó ella, la postura de Raf cambió de inmediato, se encorvó un
poco, y colocó su vista al bosque a sus espaldas, evitando la mirada de Alicia
“Pues… ya sabes… es difícil, pero lo estoy intentando, realmente lo estoy
intentando” parecía vulnerable. “¿Por qué estamos hablando de esto?” dijo Alicia,
rematando con una risa nerviosa, “mejor hay que cambiar de tema, se supone que
esto es una fiesta” “Tienes razón” contestó Rafael, aligerándose un poco
“Deberíamos hacer algo épico” dijo ella, mirando las estrellas, “¿Cómo qué?”
preguntó él, detectando un plan en ciernes por parte de su catrina compañera.
Ella se le acercó un poco más, y murmuró “¿Por qué no simplemente huimos esta
noche?”
Los dos se encontraban en la carretera,
aquel oscuro camino que llevaba a la ciudad, dejado la fiesta, las intermitentes
luces se reflejaban en el carro rojo en que huían, convertible, perteneciente a
una época ya olvidada, Alicia iba casi de pie, con el rostro al aire, se había
soltado el cabello, y la flor la había guardado en la guantera, en el radio una
dulce melodía sonaba, Rafael estaba temblando de la emoción, nunca en su vida
se había sentido más vivo. Sus miradas se cruzaron por un instante, en los
montes de al fondo una batalla de relámpagos se libraba, encendiendo esporádicamente
el oscuro cielo otoñal. Su cabello se confundía con la noche, y los faros del
coche iluminaban el sinuoso camino.
Se encontraban llegando a la ciudad, Alicia
había tomado su asiento cuando pasaron por un túnel bicéfalo, las miles de
luces se reflejaron en el lomo y los costados del vehículo, un centenar de
estrellas artificiales que lo recorrían de principio a fin, explotando en un
destello al llegar al final de su recorrido, volviendo a empezar. Un breve
momento de éxtasis.
“Espera, hay algo que tengo que hacer”
dijo Alicia a Rafael, “¿Estás segura?” inquirió el joven, “Sí, no puedo irme
sin hacerlo” “Ok”. Tomó la salida de la derecha, una vez que habían llegado al
lugar, Alicia abrió la puerta del carro. “¡Espera!” la interrumpió Raf, “Hay
algo que tengo que... el momento en que te vi llegar a la fiesta…
yo…” Rafael estaba increíblemente
nervioso, la voz se le quebraba “yo…” “¿Si?” lo animó Alicia, viéndolo fijamente con sus enormes ojos negros, aquella mirada
que nunca pudo descifrar, "... ten” de la guantera sacó una cajita, envuelta en papel café, un poco dañado, amarrada por un listón morado oscuro, y se la entregó “¿Segura que
no necesitas ayuda?” preguntó el joven “No, digamos que esto es algo que tengo
que hacer yo sola”, “Ok" “Gracias” fue lo último que dijo ella, y a toda prisa subió
las escaleras hacia el apartamento. Rafael la veía mientras ascendía, ignorando
los faros de un coche negro que se estacionaba por detrás, a no menos de una
cuadra.
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Noooo y luego q pasó?
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