Razo y Apodaca continúan con la investigación en el tercer relato, si no han leído los primeros, lo pueden hacer en los siguientes enlaces: http://tiempostmoderno.blogspot.mx/2014/10/relatos-de-vespiria.html
PERROS BRAVOS
POR
ISAÍAS LEMUS ALDANA
La señora seguía llorando, repasando su rostro con sus manos,
secando las lágrimas que escapaban de sus ojos. Apodaca la miraba en silencio, mientras el esposo trataba de
tranquilizar a la pobre alma desolada.
Razo se encontraba afuera, había encendido un cigarro que
sostenían en su boca, aún sin encender, ésta era una de las partes que más
detestaba de su trabajo: tener que llevar las malas noticias. Había visto a
tantas personas romper en llanto en su cara que ya había perdido la cuenta, sin
embargo, a pesar de todos los años, a pesar de todas
las familias desgarradas que había visto, le seguía afectando, todavía le
molestaba que aún no se acostumbrara, y luego pensaba que quizá nunca lo haría.
Se encontraba de pie en el portal de la casa, cuando decidió
prender su cigarro, y contempló el cielo nublado y las fuertes corrientes de
viento, frías, transportando pequeñas partículas de polvo, basura y hojas
caídas de los árboles. Miró a su alrededor y observó las casas del coto dónde se
encontraban, uno de esos lugares costosos, para gente acaudalada, todas las
casas similares, de colores pasteles, el pasto podado a la misma altura, cada
una un reflejo de la anterior, repitiéndose hasta el infinito.
La casa en cuya entrada se encontraba, estaba toda pintada de
blanco, con tejas color rojo oscuro, y un portal con un arco, blanco también.
El pasto era verde intenso, el jardín, aunque pequeño, se encontraba
impecablemente decorado, rosas blancas lo adornaban. Del lado derecho, un
inmenso arbusto se levantaba en forma de barda, una solución elegante para
mantener la separación entre vecinos.
De repente, Razo escuchó un ruido cerca del arbusto, un pequeño
asomó su cabeza. “Hola” Razo saludo amablemente. El niño asintió con la cabeza.
“¿Cómo te
llamas?” preguntó Razo, aventando el humo de su cigarro en dirección opuesta a
dónde se encontraba el niño. “Rodrigo” respondió a secas éste, “¿es en serio?”
continuó el pequeño, Razo no había entendido la pregunta. El niño, prosiguió:
“¿Es cierto que mi hermana está muerta?”. Rodrigo era el hermano menor de
Alicia, había estado oculto, en el piso de arriba, escuchando las malas
noticias desde las escaleras.
Razo bajó su mirada, concentrándose en su zapatos, parece ser
que no evitaría por completo entregar malas noticias “Me temo que sí, ¿porqué
no vas adentro, con tus padres?” dijo Razo, señalando la puerta con su mirada.
“Siento que no puedo estar ahí adentro…” dijo el niño viendo fijamente la calle
del fraccionamiento. unos segundos de silencio incómodo, Razo no sabía qué decir, por lo que decidió mejor aprovechar su tiempo: “Muy bien, ya que estás aquí, ¿cómo es tu padre con
ustedes? ¿Alguna vez se comportó extraño?” Razo se sintió un poco mal de estar
interrogando a un niño, en el que era probablemente uno de los peores días de
su vida “Pues… como todo papá… supongo…” contestó inocentemente el pequeño
Rodrigo. “¿Nunca lo viste haciendo algo raro, algo que te incomodara a ti o a
tu hermana?” el interrogatorio seguía.
Rodrigo estaba por contestar, cuando Apodaca salió por la
puerta. “Razo, ven ya se calmaron un poco.” Irrumpió el detective “Muy bien,
cuídate guiñapo, luego terminamos nuestra plática.” Le dijo al pequeño mientras
apagaba el cigarro con sus zapatos, ingresando a la casa.
La señora, María se llamaba, seguía moqueando, pero el llanto
parecía haber cesado. “Muy bien señora, ¿está lista para continuar? Nos podemos
tomar más tiempo si quiere” con un gesto aceptó, y las preguntas se reanudaron.
“Muy bien, ¿dónde nos quedamos? Cierto, Alicia había ido a una fiesta de su
escuela para celebrar Halloween, había quedado de verse con este muchacho de su
escuela…” “Rafael” dijo la señora. “Les digo que fue ese desgraciado” irrumpió
su esposo. “Cálmate gordo, eso no lo sabemos” le decía ella, “¡Cómo de que no!,
era un chico muy extraño, y ahora me ha dejado sin mi Alicia.” Una lágrima se
escapó de su rostro enrojecido cuando terminaba su oración, “De mi te acuerdas
–continuó- él es el culpable.” Cuando dijo esto miró a los detectives,
esperando su corroboración. “La investigación apenas inicia, es muy temprano
para empezar a señalar culpables, pero sí, Rafael Estrada es uno de los
principales sospechosos.” Dijo Razo con firmeza “Vamos a visitar a sus padres,
una vez que hayamos terminado aquí, pero nos repartan que sus padres no lo han
visto desde el sábado por la noche.” concluyó Apodaca. “¡Ves!, ¿Qué más pruebas
necesitan? ¡Arresten al cabrón!” dijo exaltado el señor, estaba desconcertado,
“Cómo mencionaba, la investigación está iniciando…” el discurso de Razo se vio
violentamente interrumpido por el esposo, “¡¿Por qué su ineptitud no me
sorprende?!, ¡claro!, para ustedes es sólo un número más ¿verdad? No fuera su
hija, qué los estaría buscando hasta por debajo de las piedras, ¿De qué
chingados sirve que pague mis impuestos carajo?” estaba claramente frustrado,
desesperado, lleno de ira “Mire, entiendo sus molestias, créame que estamos
haciendo todo lo posible para encontrar al asesino de su hija. Pero todavía nos falta
descartar a algunos sospechosos, en asuntos como éstos, normalmente son los
padres los culpables…” Dijo Apodaca, a punto de perder los estribos. “¡¿Qué
dijiste?! Mira a mí nadie me insulta y menos en mi casa.” La situación por poco
y se sale de control, si no hubiera sido por la Sra. María, quien de inmediato
calmó a su marido, sin duda, atributo obtenido por sus muchos años de matrimonio “Sí gordo,
tampoco te pongas así, tu deja que los detectives hagan su trabajo. ¿Porqué no
mejor vas al cuarto?” La pobre señora batalló tanto para terminar su oración,
estaba por romper en llanto de nuevo. Diego, que era el nombre del esposo, subió
hacia su cuarto, dejando un rastro de un millar de insultos. Razo se colocó su
sombrero y se puso en pie, “Creo que es mejor que nos retiremos.” Dijo
educadamente, “Si saben de cualquier cosa, no duden en contactarnos.” Dijo esto
mientras extendía su mano derecha con su tarjeta, la señora la recibió,
“Disculpen a mi marido, es… temperamental.” Dijo con un suspiro, “¿Alguna vez
se ha portado más temperamental… alguna vez ha explotado?” Indagó Razo, la
señora puso la mirada en las escaleras “Muchas veces, pero nunca se ha puesto
violento, si a eso se refiere… nunca dañaría a nuestros hijos.” Finalmente
contestó. “Una última pregunta, la palabra vespiria ¿le dice algo?” la señora
se veía confundida, “No, nunca la había escuchado, ¿porqué?” “Es que, Alicia
sostenía una calavera de azúcar cuando la encontramos, en la frente decía
vespiria, ¿Está segura que no significa nada? ¿El nombre de algún pariente o
mascota querida? Tengo entendido que el lugar donde la hayamos era casa de su
madre.” “Así es…” respondió María, “…Alicia y ella eran muy unidas, se
entendían, la verdad es que nosotros batallamos mucho con ella, batallábamos
–se corrigió- saben, es curioso, saber que ya no la voy a volver a ver,
paseándose por aquí, esta noche ya no dormirá en su cuarto, y mañana sólo haré
desayuno para tres…” esta vez no pudo terminar, las lágrimas empezaron a brotar
de sus ojos negros, el llanto se reanudaba, “Una disculpa detectives…” “No
tiene nada de qué disculparse.” Dijo Apodaca en un tono serio, pero reconfortante.
“Si averiguo que significa se los haré saber.” Se despidieron, y se disponían a
salir, cuando “Y una última cosa detectives, por favor, prométanme que le van a
hacer justicia a mi hija, por favor.” Ambos asintieron con la cabeza, subieron
a su carro y partieron.
Apodaca venía conduciendo, “¿Crees que sea cierto… lo que dijo
la señora?” preguntó Razo con un tono seco, y la mirada fija en el camino, “¿Qué?” repreguntó Apodaca, algo
confundido, “Que si crees que nuestro trabajo sea hacer justicia.” “No…”
respondió Apodaca, a secas, “no creo que vayamos a hacer justicia –elaboraba-
vamos, tú has visto lo que yo, no estamos aquí para hacer justicia, sólo somos
perros bravos puestos tras la pista de una bestia, da gracias a Dios si algún
día la encontramos.” Dijo Apodaca, con un tono serio y pesado, mirando el sinuoso camino que tenía en frente. “Bueno, al menos estamos de acuerdo en algo.” concluyó Razo.
Y continuaron el resto de su viaje hacia la casa de Rafael en
silencio.
Una vez que habían llegado a su destino, tocaron el timbre,
“¡¿Quién?!” preguntó la voz de una mujer desde las entrañas de la casa, “Somos
los detectives Razo y Apodaca, ¿podemos hablar con usted un segundo?” dijo
Apodaca. Una señora chaparra y de negra cabellera abrió la puerta. “¿Es usted la
Sra. Sánchez de Estrada?” preguntó Razo, “Sí” contestó ésta con timidez,
“Podemos pasar, venimos a hablar de su hijo.” La señora se puso pálida, se
limpió las manos en su delantal de tela, “Sí, por su puesto, disculpen el
cochinero, no he aseado en un tiempo.” Tenía los ojos hinchados, se notaba que
había estado llorando. Pasaron a la sala, la televisión estaba encendida, en
uno de los muebles estaba la foto de un joven, Rafael, con una veladora
encendida, llena de oraciones. “Díganme, ¿dónde lo encontraron?” dijo la
señora, apagando el televisor, resignada para oír lo peor “Tranquila señora, el paradero de Rafael
todavía es incierto, de hecho, venimos a hacerle unas preguntas, ¿de acuerdo?”
inició Apodaca, ella asintió con la cabeza “¿Dónde se encontraba Rafael lo
noche del primero de noviembre?” preguntó Razo, sacando de uno de los bolsillos
de su traje una pluma y una pequeña libreta azul. “El primero de noviembre, ¿te
refieres a la noche en que desapareció? Lo fuimos a dejar a una fiesta, por las
afueras de la ciudad, se iba a ver con una chica, Alicia…” las historias
concordaban “Mire señora, no le vamos a mentir, la situación de Rafael es
complicada, Alicia fue encontrada sin vida el pasado dos de noviembre, en un
apartamento, tenemos testigos que nos indican que Alicia y Rafael dejaron la
fiesta juntos, en el vehículo de ella.” Dijo Razo, “Mire, lo que queremos
decir, es que de momento, su hijo es el principal sospechoso en el homicidio de
Alicia Ramírez.” La señora se puso pálida, estaba en shock, se quedó inerte con
la boca abierta por unos segundos. “¿Cómo pueden decir eso? Mi hijo sería
incapaz de hacer algo así.” “Señora, entendemos que esto es difícil, pero
para poder descartarlo tenemos que encontrar una prueba de su inocencia, ¿en
realidad no sabe dónde está?” preguntó Apodaca, molestando en realidad a la
señora, “¿A caso parece qué tengo la más remota idea de dónde se encuentra?
¿Tiene idea de cuánto he sufrido desde qué desapareció? He estado llorando y
rezando, pidiendo por un milagro de qué mi hijo esté bien y que regrese a casa,
y usted ¿viene y me acusa de estarlo ocultando?” fue un milagro que no los haya
corrido de su casa en ese instante, Razo logró calmarla, la sentó y
le preparó un té de hierbabuena. Una vez que se había calmado los ánimos, el
interrogatorio se reanudó, “Muy bien, empecemos de nuevo…” dijo Razo, “…de
momento, el paradero de su hijo es incierto, ¿cierto?” la señora asintió con la
cabeza, “tiene idea de a dónde pudo haber ido, la casa de un amigo por ejemplo”
“No, mi pequeño Rafa nunca había hecho algo como esto, verá, no tiene muchos
amigos, sólo esta chica, Alicia, por eso créanme cuando les digo, él sería
incapaz de hacerle algo a esa niña, la adoraba.” “¿Eran novios?” preguntó Razo,
poniendo más atención. “No diría novios exactamente, parecían de esas viejas
parejas de casados, pasaban mucho tiempo juntos, veían muchas películas, pero
nunca los vi tomados de la mano, ni besándose, era una relación extraña, pero
mi Rafa sería incapaz de lastimarla, es un caballero, de los pocos que quedan.”
Terminó de decir esto la señora, sólo para perderse en la profundidad de su
taza de té. “Y su marido ¿dónde se encuentra?” preguntó Apodaca, cuidando cada
una de sus palabras. “Está trabajando, es doctor verán, tiene turnos muy
extraños.” Contestó la señora, ya más calmada. “Y una última cosa…” añadió
Razo, Apodaca torció los ojos porque ya sabía lo que iba a preguntar,
francamente estaba harto de escuchar de aquella maldita palabra, “La palabra
vespiria, le dice algo a usted.” La señora pensó por un largo tiempo,
saboreando la palabra en su lengua, “Me suena, pero no recuerdo dónde la había
escuchado, ¿Por qué preguntas?” los ojos de Razo brillaron de emoción, es la primera vez que alguien reconocía la palabra, aunque claro, la señora podía estar confundida. “Verá, Alicia sostenía una calavera de azúcar con esa palabra cuando la encontramos, creo que puede ser una pista.” “Francamente no recuerdo
dónde la he escuchado, pero intercambiaban cartas…” “¿Cartas?” preguntaron
ambos al unísono. “Sí, cartas, muy a la antigua, muy romántico, deben de estar
por algún lugar de su cuarto, quizá les puedan servir.” Ambos asintieron, esto
eran buenas noticias, Alicia debería también de tener algunas, Razo se
preguntaba porque María no las había mencionada, sin lugar a dudas tendrían que
pasar por ellas.
La señora había regresado con las cartas, un bonche
considerable. “Muchas gracias señora, y nos aseguraremos que nuestros
compañeros hagan su mejor esfuerzo para encontrar a Rafa.” Le dijo Apodaca,
aunque no lo decía de verdad, en su corazón estaba seguro que Rafa era el
asesino de Alicia y se había dado a la fuga.
Ambos salieron de la casa en rumbo al carro, cuando Apodaca
recibió una llamada. “¡¿Qué?! ¿Estás seguro? Muy bien, vamos para allá. Ok, no,
dime.” Razo lo miraba mientras se colocaba su sombrero fedora negro, no eran
buenas noticias, después de unos segundos parecía evidente, había tenido una
sospecha desde hace un tiempo, y parecía estar a punto de confirmarse, “¿Quién
era?” preguntó Razo con inquietud “Súbete al carro, te cuento en el trayecto.”
Cuando llegaron a la escena, el sargento Rodríguez acordonaba el
área, “Buenas tardes” los saludó, “Rodríguez” le dijo Apodaca, mientras que
Razo lo saludó con su sombrero, "espero que no hayan comido todavía" dijo el sargento en lo que se retiraba de la escena. Se acercaron con lentitud al basurero que se
encontraba enfrente de ellos, preparándose mentalmente para lo que iban a ver,
la sangre se les iba los pies, un escalofrío les recorría por la espalda.
Manchas de basura y mugre adornaban al basurero que se encontraba abierto,
ambos se asomaron a su interior, la imagen no era nada agradable.
Yacía un
cuerpo inerte, con el cuello cortado, y un sinfín de cortadas en el vientre,
estaba lleno de moscas, tieso e hinchado, el olor era repugnante, pero lo peor
eran sus ojos, no tenía, habían sido removidos. Apodaca y Razo estaban
impactados, parecía cumplir con la descripción, era Rafael. Razo miró con tristeza
al pobre cadáver en el fondo del bote de basura, tenía una última llamada que
hacer ese día, otra mala noticia que dar.
Era de noche ya, María estaba cerrando la puerta de la casa con
llave, Rodrigo le pidió si lo arropaba, ella así lo hizo, le besó con fuerza en
la frente, le dio una bendición y le apagó la luz. De repente, sintió una
fresca brisa, consternada se puso a buscar de dónde venía, no le gustaba tener
ventanas abiertas. En cuestión de segundos la había encontrado, provenía del
cuarto de Alicia, había una ventana abierta, a María le pareció extraño, no
recordaba haberla abierto, pero había sido un día tan terrible que bien podía
haberlo olvidado, sin pensar más en ello la cerró con ambas manos, y se quedó
en aquel cuarto por un largo rato, recostada sobre la cama de su difunta hija,
viendo el techo, ignorando por completo a la figura mezquina que descendía por
afuera de aquel cuarto.
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