Bienvenidos de nuevo a esta sección quincenal de Tiem-post-modernos, en este relato, la investigación de Apodaca y Razo continúa, llevándolos más cerca a la identidad del asesino.
OBSESIONES
POR ISAÍAS LEMUS ALDANA
Su nariz seguía sangrando cuando sus padres discutían, podía ver
sus bocas moviéndose, pero no escuchaba nada de lo que decían, estaba molesto y
ellos también.
Finalmente, sus padres captaron su atención, éstos era tiempos
difíciles para su familia, y ahora él, siempre tan tranquilo se había metido en
una pelea.
“¡Respóndele a tu madre! Te acaba de hacer una pregunta.” Le
decía su padre.
“Perdón…” contestó, susurrando.
“Está bien pero ¿Por qué lo hiciste? Tú no eres así.”
“Perdón, pero es que… la estaba insultando mamá…” dijo esto con
desesperación, al borde del llanto.
“Ok, pero no es así cómo te enseñamos a resolver tus conflictos,
mejor le hubieras dicho a la maestra. Sé que extrañas a tu hermana, pero agarrarte
a golpes no va a solucionar nada.” Dijo su madre, preocupada, confundida, su
mundo había cambiado de repente, su vida se sentía vacía, un frío estremecedor
se apoderaba de todo su ser. Casi no comía, lloraba por las noches, se sentía
distante y fragmentada, pero sabía que tenía que mostrarse fuerte, dar la buena
cara, por él, por su hijo, su Rodrigo.
“Tu madre tiene razón, dame el nombre de este mocoso, esto no se
puede quedar así, ¿cómo es posible que permitan éste tipo de faltas al respeto,
caray?, voy a hablar con la directora, a ver que se puede hacer, esto debiste
hacer desde el principio Rodrigo.” Le decía su papá, molesto, lleno de ira. Si
su madre se encontraba confundida su padre era un completo desastre, se le veía
iracundo, la poca paz que tenía se le había ido con su hija, estaba confundido
y asustado, y siempre que se sentía así respondía con violencia. Resultaba ya
casi imposible platicar con él, la menor de las preguntas le provocaba enojo,
estaba más callado de lo normal.
Después de que terminaron de regañar al pequeño, su madre se le
acercó, le pasó su mano sobre su cabello, y le dio un pequeño abrazo. “Entiendo
que estés molesto, yo también lo estoy, pero pelearte nunca va a solucionar
nada.” Y subió a su habitación.
Los rumores se habían esparcido por todo el coto dónde vivían,
pues casi todos los de esa zona iban a la misma escuela, y después de lo que
había pasado con Alicia, la familia Ramírez se había vuelto el foco de atención
y tema de muchas conversaciones para toda la comunidad. Todos tenían sus
teorías, y opiniones, de la noche a la mañana todos eran perfectos detectives y
psicólogos, y los rumores empezaron a correr, uno en especial desagradable
había sido iniciado por el padre de uno de los compañeros del joven Rodrigo, y
eso es lo que había ocasionado la pelea.
Razo se encontraba mirando fijamente su café matutino, doble
carga, poca leche.
“Esto se sigue poniendo peor.” Le decía Apodaca, del otro lado
de la mesa, en una vieja cafetería que visitaban con frecuencia desde ya hace
algunos años.
“Compárteme tu teoría.” Razo casi siempre acertaba con sus
teorías de los homicidios, entendía casi como nadie la escena del crimen, podía
detectar con facilidad las motivaciones de los criminales, se podía decir que
de alguna forma le hablaban a través de sus crímenes.
“No sé, hay algo extraño, estamos de acuerdo que es el mismo
asesino ¿no?” Apodaca asintió con la cabeza. “El homicidio de Alicia, se podía
ver que el asesino la respetaba, le hizo un altar, la postró como a una diosa
para que todas la vieran y adoraran. Pero el de Rafal, es completamente
diferente, lo odiaba, lo tiró con la basura, detestaba cada parte de él. Tengo
la idea de que el asesino estaba enamorado de Alicia”
“Entonces, ¿crees que fue uno de sus compañeros de la escuela?
¿Alguien que quizá no soportaba la idea de ver a su “chica” con alguien más?”
“No lo sé, puede ser.”
“Pero crees que no es así.”
“No, el homicidio se siente más maduro, no es la forma en la que
un adolescente lo haría.”
“¿Y qué hay sobre las cartas?” Apodaca se refería a las cartas
que les había otorgado la mamá de Rafael.
“Parecen ser los típicos problemas de niño rico, ya sabes: “Mi
papá no me hace caso”, “Hoy no me habló fulanita” y todo eso. Pero hay algo
más, su vida de verdad era…” los ojos de Razo se perdieron en la profundidad de
su café por un instante “necesitamos el resto de las cartas, hay algo que pasó
al inicio, lo repiten con frecuencia, pero necesitamos las demás para saber qué
es. Y ¿tienes nueva información sobre la palabra?”
“No” contestó Apodaca, “lo más cercano que he encontrado fue
algo de un videojuego, pero no es eso, dudo que sea eso.”
“Sí, yo también me lo encontré, pero estoy de acuerdo contigo,
esa palabra parece que era parte de ellos, parte de un lenguaje que sólo ellos
entendían.”
Toc, toc.
Sonó el golpe en la puerta, la cual fue abierta por la Sra.
María.
“Buenos días detectives, ¿si saben que tenemos un timbre
verdad?”
“Buenos días, sí, disculpe.” Dijo Apodaca.
“Por favor, díganme que ya saben quién es el responsable.”
Suplicó la señora, sin mucha esperanza.
“Me temo que no, la investigación va por buen camino, pero
necesitamos más información.” Comentaba Apodaca.
“De hecho, es por eso que estamos aquí, verá, fuimos con los
padres de Rafael, quien de seguro sabrá fue encontrado hace unos días…”
“Sí, pobre criatura, ya me puse en contacto con Ana, la madre de
Rafael, hemos estado haciendo oraciones… nos pusimos de acuerdo para… vamos a
hacer los funerales en conjunto. Bueno, al menos la misa. Es hoy.” Se podía ver
la tristeza en el rostro de María, hace pocos días que habían hablado, y se
veía más vieja, más cansada, por más esfuerzo que hiciera en ocultarlo.
“Verá, ella nos dio unas cartas, entre Alicia y Rafael, pero
hace falta la mitad, ¿De casualidad no las tendrá usted?” preguntó Razo con
firmeza.
“Lo siento, pero no, de hecho, ni siquiera sabía que se
escribían, me acabo de enterar, cuando hablé con Ana. Parece ser que mi Alicia
no confiaba tanto en mí después de todo.” María se detuvo por un instante, la
herida seguía abierta, pero se mantuvo fuerte, no más lágrimas, al menos no en
éste instante. “Créanme, cuando me contó Ana me puse a buscarlas por todas
partes, pero no las encuentro.”
“Ok, avísenos si las llegara a encontrar.” Dijo Apodaca. Se
despidieron y ambos detectives salieron por la puerta, directo a su vehículo,
la búsqueda continuaba.
“¿Le crees?” le preguntó Apodaca a Razo.
“Sí, no creo que tenga alguna razón para mentir. Pero esto me ha
dejado pensando en algo, creo que tengo una pista, bueno, una corazonada sobre
el asesino… creo que es vecino de ellos.”
Apodaca se le quedó viendo, intrigado, era un salto muy grande
basado en muy poca evidencia.
“¿Por qué lo dices?”
“Bueno, debía de ser alguien conocido, alguien que supiera de la
relación entre Alicia y Rafael.”
“Sí, pero ése puede ser cualquiera de sus compañeros.”
“Sí, pero no cualquiera sabía de las cartas.”
“Sí, pero ni siquiera su madre sabía de las cartas, tenía que
ser un amigo o una amiga, alguien íntimo, alguien en quien Alicia confiara para
decirle de las cartas.”
“Muy bien, de acuerdo, pero el hecho de que estén perdidas las
cartas, no lo sé, no me cuadra. El asesino estaba obsesionada con ella, éste
tipo de psicópatas generalmente se llevan algo de sus víctimas, algo para
recordarlas, para apaciguar su obsesión.”
“Ok, ¿estás diciendo que el asesino se enteró de las cartas, se
metió a la casa de Alicia y las robó?”
“Sí.”
“Pero, no me queda claro, ¿porqué dices qué es un vecino?”
“Por qué tenía que ser alguien que la viera todos los días,
alguien que conocía la casa, que probablemente estuvo dentro de ella, alguien a
quien la gente no viera raro en un lugar exclusivo como ése. Ya sabes cómo son
éstas personas, se mueven dentro de los mismos círculos.”
“De acuerdo, pero ¿cómo se enteró de las cartas?” El discurso de
Razo comenzaba a tener más sentido para Apodaca, seguía siendo un salto grande,
pero sin duda era un avance. “No lo sé.” Contestó Razo “Quizá alguien le dijo,
debe de ser alguien muy cercano a la familia de Alicia, alguien íntimo a quien
le confiaran ése tipo de secretos.”
La desaparición de las cartas había acotado la búsqueda, ahora tenían
que averiguar quién de los amigos de las víctimas podía saber de las cartas y
si se lo habían dicho a alguien más, y si la teoría de Razo era correcta,
alguno de ellos sería vecino de Alicia.
“¿Quieres ir al funeral?” le preguntó Razo a Apodaca, quien
aceptó, pues si bien, ninguno de los dos era afín de los funerales, si el
asesino era conocido de alguno de ellos estaría allí, estrechando las manos de
los padres de las víctimas y dándoles palabras de consuelo, como un lobo entre
ovejas.
La misa había iniciado, el sacerdote recitaba viejos textos de
la Biblia con la intención de propiciar consuelo para los parientes de las
víctimas. Mucha gente se había presentado, pues era el funeral de dos personas,
y el papá de Alicia era un comerciante muy popular y querido por muchos. La
misa no fue de cuerpo presente, pero había dos ataúdes como símbolo de los difuntos,
juntos en vida, juntos en muerte. Rodrigo estaba ahí, junto con sus padres, su
nariz había dejado de sangrar, pero su ojo morado lo delataba.
Razo y Apodaca esperaban en la puerta de la iglesia, Razo se
había quitado su sombrero el cual ahora sostenía con su mano derecha, misma en
la cual portaba un pequeño rosario de madera, a pesar de esto no se consideraba
creyente. No como Apodaca, quien era muy devoto, iba a misa todos los domingos
y siempre portaba en su cartera la imagen del algún santo.
Ambos observaban con atención a la multitud de personas, parece
ser que no resultaría tan fácil ubicar al asesino después de todo.
“Nunca me han gustado los funerales.” Dijo Razo quien casi nunca
iniciaba conversaciones, era el tipo de persona que permanecía en silencio la
mayor parte del tiempo, guardándose todo para sí, por lo que Apodaca se
sorprendió un poco.
“A mí tampoco.”
“Mi madre murió cuando era yo muy joven…” continuó Razo,
“todavía recuerdo el funeral a la perfección, estábamos en un capilla no muy
diferente a ésta, mi madre estaba en el medio, dentro de su ataúd, fría, tiesa.
Todos los familiares vestidos de negro, el padre intentaba reconfortarnos: “Ya
está en un ligar mejor” decía. Yo estaba llorando, con la cabeza oculta entre
mis manos, no quería ver a mi madre, me aterraba la idea de siquiera echarle un
vistazo, pero llegó mi padre, me quitó las manos del rostro y me dijo: Seca
esas lágrimas y mira de cerca guiñapo,
que ahí es para donde todos vamos.”
Su esposa lo levantó ése día, no había ido a trabajar pues se
sentía mal. “¿Crees que sí puedas ir hoy?” le preguntó su esposa, pues había
visto el mal semblante que traía. Al no recibir respuesta le dijo: “¿Por qué no
mejor te bañas en lo que te hago el desayuno?”
Aceptó con la cabeza, la idea de bañarse le sonaba atractiva,
pero no estaba muy seguro si tenía hambre, la comida poco o nada le sabía, su
cabeza le punzaba, como un taladro, lo tenía que solucionar.
Después de ducharse y salir de la regadera su malestar se había
calmado un poco, pero de todas formas se sentía extraño, cómo atrapado de un
sueño, sus sentidos se sentían adormecidos, abrió la llave del lavabo, el agua
corría, fría, gélida; miles de gritos, súplicas y llantos de dolor, todo era
caos, una palabra atorada en su cabeza, el nuevo motivo de su obsesión, se echó
el agua en la cara, la recordaba, fuerte como un trueno, cálido como agua tibia
corriendo por sus venas, ésa palabra, la última que le había dicho ella, y cuyo
significado ahora entendía.
Se subió con un pequeño banquito que tenían, los gritos seguían,
no los podía hacer callar, de arriba del clóset sacó un viejo baúl, lleno de
fotos, objetos y recuerdos, ésa palabra atorada en su cabeza, de un bonche de
papeles sacó uno en especial, no muy viejo ni arrugado, era una carta, ésa
carta, su favorita de todas, su respiración se agitaba de sólo sostenerla entre
sus dedos, la contempló por unos instantes, de repente, silencio.
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