Bienvenidos de nuevo a esta sección quincenal de Tiem-post-modernos, el relato de esta semana se centra en un intercambio de drogas en medio del desierto.
EL ESCORPIÓN AZUL
POR
ISAÍAS LEMUS ALDANA
Se encontraba viendo sus tenis, negros, llenos de polvo, sobre
el suelo arenoso, lejos de la ciudad, en una vieja parada de autobús. Vio su
reloj de nuevo, faltaban cinco minutos para la una de la tarde, se le veía
ansioso, la reunión era muy importante, no podían llegar tarde.
A la una en punto, un carro negro estilo Lincoln se detuvo justo
en frente de él. La puerta se abrió. “¡Rey! Súbete o
llegaremos tarde.” Una voz le dijo desde el interior del vehículo, éste subió
sin pensarlo. El vehículo era ocupado por tres integrantes, el chofer, el
copiloto, y Santiago, quien le había dicho que se subiera.
El carro se movía a toda velocidad por el terreno irregular y
desértico, nada amigable para el tipo de carro que llevaban. El cielo se
extendía, azul, con pocas nubes blancas, nada había alrededor, sólo un
interminable páramo de tierra y polvo a ambos lados del camino, y unos cuantos
árboles, secos ya, muriendo lentamente bajo el inclemente sol de octubre.
“Tranquilo, todo va a salir bien.” le dijo el hombre que se
encontraba a su izquierda. El joven suspiró. “Eso espero, pero me sentiría más
tranquilo si fuera en nuestro territorio. Ya sabes las historias que cuentan de
él, de su pueblo.”
“Sí lo sé, por eso debe salir a la perfección. ¿Quieres repasar
el plan de nuevo?”
Por su puesto, hablaban del legendario Escorpión Azul, con quien
esperaban hacer unos negocios, desafortunadamente, había elegido como punto de
encuentro su hogar, un viejo pueblo en medio de la nada, el cual domina como un
viejo rey, no hay otra ley más que la suya. Le daba una increíble ventaja sobre
ellos.
Pasando un punto de control, dos camionetas negras salieron de
la nada, vidrios polarizados, motores rugiendo, levantando polvo por todos
lados, los estaban siguiendo.
“Muy bien, de aquí en adelante no estaremos solos.” Dijo el
chofer. El pueblo se avistaba a la distancia, pocos kilómetros faltaban. Una
montaña se alzaba a espaldas del pueblo, circundándolo, las casas se apreciaban
viejas, con poca pintura, un viejo y enorme arco señalaba la entrada. Dos
guardias custodiaban el portal, los detuvieron antes de que pudieran ingresar
al ya infame pueblo. El chofer bajó las ventanas, el guardia de la izquierda,
un joven moreno pelón, con los brazos llenos de tatuajes, lentes oscuros, y una
enorme arracada dorada en su oreja izquierda, se acercó para ver el interior
del vehículo, checó las placas, hizo un gesto con su mano derecha, le dio dos
ligeros golpes al costado del carro, y los dejaron pasar.
Poca gente transitaba las calles, no había niños, al menos
ninguno que se pudiera divisar, la mayoría de los peatones eran señores
grandes, tampoco había mujeres a la vista.
Por fin, llegaron a su destino, una vieja casona que ahora servía
como la oficina del Escorpión Azul. Descendieron de su vehículo, ahora lleno de
polvo, su guardaespaldas los acompañó, mientras que el chofer se quedó a un
lado del carro. Las dos camionetas se detuvieron junto con ellos, sus
tripulantes eran cinco hombres en cada camioneta, todos armados con rifles de
asalto, los registraron, y después los escoltaron al interior de las oficinas
improvisadas, una recepcionista, la primera mujer que veían en aquel lugar, les
dio la bienvenida. “¿Gustan algo de tomar señores?, el Sr. Torres los atenderá
en unos instantes.”
“No muchas gracias, creo que ya bebimos suficiente en el viaje
para acá.” Esto era por su puesto una mentira, dicha únicamente para evitar
parecer grosero al rechazar la bebida de la dama. La recepcionista usaba un
faldón negro, su cabello era rubio, traía el cabello recogido en una cola de
caballo, y una torera color tinto, Santiago la encontraba bastante atractiva.
Ella los guio afuera de la que suponían era la oficina de Nacho “El Escorpión
Azul” Torres, y los invitó a tomar asiento afuera de la misma, como si se tratase
de una visita al doctor.
La recepcionista los dejó, Rey volvió a mirar su reloj, eran pasadas las cuatro de la tarde, sentía el estómago revuelto, siempre le pasaba lo mismo cuando se ponía nervioso, deseaba con ansias un cigarro, maldecía la hora en la cual decidió dejar el vicio, la hora se acercaba, todo tenía que salir a la perfección.
La recepcionista los dejó, Rey volvió a mirar su reloj, eran pasadas las cuatro de la tarde, sentía el estómago revuelto, siempre le pasaba lo mismo cuando se ponía nervioso, deseaba con ansias un cigarro, maldecía la hora en la cual decidió dejar el vicio, la hora se acercaba, todo tenía que salir a la perfección.
La puerta se abrió de repente. “Perdón por la espera señores.”,
era él, la leyenda viviente, Rey y Santiago dejaron sus asientos para saludarlo
debidamente, su guardaespaldas hizo lo mismo. “Pues comencemos.” Don Nacho dijo
esto mientras ingresaban a su oficina.
El Escorpión Azul no parecía tan imponente en persona, era un
hombre grande, bigotón y regordete, vestía una guayabera azul, con unos
pantalones de mezclilla, su cabello era negro, con algunos brochazos de canas
grises, y unos lentes para leer. Portaba un rosario de madera el rededor del cuello, y una pulsera
dorada. Se veía ancho, alguien que de joven había sido muy fuerte. Usaba un
cinturón piteado, con un gigantesco escorpión en la hebilla, a Rey le pareció
que se movía un poco, como si estuviera vivo. Portaba botas cafés, bastante
sencillas, pero impecables.
“Muy bien, jóvenes, y vaya que están jóvenes, ¿Cuántos años
tienen?”
“Veintiocho y veintiséis.” Dijo Santiago. Don Nacho hizo un gesto de
sorpresa y aprobación, y continuó.
“Vayamos al grano, ¿qué proponen?”
“Bueno Señor, tenemos entendido que acaba de conseguir un nuevo
producto, uno que llaman Synth.
Queremos proponerle un negocio de distribución, Ud., nos provee el producto, y
nosotros nos encargamos de venderlo en el occidente, donde sabemos ha tenido
problemas para ingresar. Nosotros tenemos mucha influencia ahí, podemos hacer
que su producto llegue a mucha más gente, gente dispuesta a pagar mucho dinero
por el producto adecuado.” Planteó Rey.
“¿De cuánto sería el porcentaje?”
“60/40, sesenta para Ud., el resto para nosotros.”
El Escorpión Azul se quedó en silencio, rumeando la oferta.
“No me
convence. Dejémoslo en 70/30, ¿Qué les parece?”
“Mire, con todo respeto, este negocio tiene el potencial para
triplicar sus ganancias, el porcentaje quizá parezca bajo, pero no se compara
con la cantidad de producto que estaremos moviendo, y el incremento en las ganancias netas.” Ahora fue Santiago quien
dijo esto.
“Miren…” dijo esto el Sr. Nacho mientras se levantaba de su
asiento, y se asomaba por la ventana. “Yo nací aquí, cuando era pequeña solía
jugar justo en esa calle –dijo esto mientras señalaba con su dedo regordete una pequeña
calle enfrente del edificio- utilizábamos rocas para hacer porterías, y
usábamos un balón más jodido que el trapo con el que lavan mi carro. Un vato,
El Chiapa le decíamos, vendía drogas por ahí, en esa esquina.
Mi papá era un don nadie, un pobre peluquero que pasaba sus días
viendo novelas y escuchando fútbol por la radio, pero no molestaba a nadie,
nunca tuvo un pleito en su vida, era un zacatón. Un día, estaba echándome una
cascarita con los de la cuadra, mi señor padre iba rumbo a su trabajo, de la
nada salieron unos vatos en un carro, con unos riflones, se iban a cargar al
Chiapa, lo recuerdo a la perfección, el miedo en su mirada, sabía que el día
del juicio le había llegado, intentó sacar una pistola de su pantalón, pero los
vatos ya estaban disparando, el sonido, fue como estar en una tormenta bajo un
techo de lámina, ni siquiera se bajaron del carro, sólo rafaguearon, chorros y
chorros de sangre salieron del Chiapa con cada impacto que recibía, de repente,
hubo silencio, los tiros habían terminado, El Chiapa estaba recargado en la
esquina, parecía coladera el güey, intentó decirnos algo, pero estaba muerto antes
de que pudiéramos reaccionar. Por desgracia, El Chiapa no fue la única víctima
aquel día, mi padre también fue alcanzado por los disparos, uno en el estómago
y otro aquí, en el pecho, me acerqué hacia él, a gatas, tenía tanto miedo, me
tomó con su mano derecha, helada, su boca, llena de sangre, me miró a los ojos,
estaba más asustado que yo, y murió.”
Don Nacho seguía viendo la calle, a través de la ventana “Mi
madre, que en paz descanse, seguía rezándole a mi padre cuando encontré a los
cabrones que lo habían dejado tieso, y les pedí trabajo…” Don Nacho guardó
silencio, “se preguntarán porqué les cuento todo esto, pero ténganme paciencia,
ya mero termino. Verán, yo estaba trabajando para los asesinos de mi padre,
haciendo buena feria de guardaespaldas, vigilando los intercambios, atando
cabos sueltos, hasta que un día, organicé una cena, para agradecerles por
haberme dado chamba, todos estaban ahí, los acomodé en un cuarto cerrado, un
lugar más privado… y los maté a todos. Colgué sus cuerpos en el arco por el que
ingresaron, y desde ése día soy el jefe de aquí.” Ése día vivía ya en la
infamia, como una de las muchas leyendas que se contaban del pueblo, y de la ascensión
al poder de Don Nacho, las malas lenguas cuentan que se necesitó de toda la
ayuda de la gente del pueblo para enterrar los cuerpos, se dice que si cavas
suficientemente profundo, en cualquier parte de aquel lugar te encontrarás con
un cadáver de aquel día, los cimientos de su imperio, un panteón inmenso.
Rey y Santiago habían entendido el mensaje, “no se metan conmigo”.
“Ok,
entonces 70/30 será” dijo Santiago.
“Muy bien, trato hecho.” Don Nacho extendió su mano para cerrar el trato, ambos correspondieron.
El trío salió de la oficina, Don Nacho hizo una señal con su
mano derecha, de la nada salió uno de sus guarros con dos maletines plateados.
“Aquí está señores, para que se pongan a chambear.” Abrió el
maletín, en su interior yacían alrededor de cien ampolletas color ámbar, en su
interior contenían un líquido que parecía más bien humo, era de color azul, y
su textura parecía extraña, pero no cabía duda, era líquido, tenían una pequeña
etiqueta “Synth” decía.
Santiago estrechó fuertemente la mano de Don Nacho, y compartió
una mirada de emoción con Rey. Luego mandó llamar a su guardaespaldas a
través de la recepcionista. “Le puedes decir al señor que está abajo si me trae
la bolsa, sólo dile así, porfa”
La señorita volteó a ver a Don Nacho, solicitando su aprobación con
la vista, éste asintió con la cabeza. En unos instantes regresó la
recepcionista, acompañada del guardaespaldas de Rey y Santiago, cargando una
maleta, de esas que usa la gente para guardar su ropa del gimnasio. “Cómo
muestra de buena fe Don Nacho.” Santiago y Rey le entregaron la maleta, “Linda,
recíbeselas.” La joven lo hizo, a penas y podía con la maleta, estaba bastante
pesada, la puso sobre una mesa para revisarla, estaba llena de fajos de
billetes, era una buena feria.
“Muchas gracias por el detalle, Linda, ya sabes dónde ponerla.” Dijo
Don Nacho. “Por qué no pasan la noche aquí muchachos, ya no dilata en
oscurecer, y éstos rumbos pueden ser peligrosos de noche.” Dijo Don Nacho con
un tono amigable y a la vez intimidante.
“No, muchas gracias Don Nacho, tenemos asuntos que atender y
lugares a los cuáles llegar.” Dijo Rey.
“¿Seguros?
Insisto.”
“No es
por ser groseros, pero en realidad nos tenemos que ir, gracias de todas formas.”
“Ni
hablar.”
Ambos descendieron por las escaleras, Rey volvió a ver su reloj,
ya era hora, el show comienza, tenía que salir a la perfección.
Del otro lado, a las afueras del pueblo, una camioneta ingresaba
al territorio del Escorpión, por su puesto, fue interceptada por los vigías de
la entrada, los mismos que habían seguido a Santiago y a Rey, sólo que ya no
esperaban más visitas, le cerraron el paso. “¿A dónde?” le dijo el copiloto de
una de las camionetas, un hombre, pelón, algo asustado dijo, perdón, voy al
pueblo de Sto. Domingo.”
“No es
por aquí, date la vuelta y vete.” Dijo el hombre mientras alcanzaba su cuerno
de chivo.
“Ok, ok,
sólo… ¿no sabrán por dónde es? Ando medio perdido.”
“No.” Contestó
de nuevo el hombre, cada vez más enojado. Sacó su rifle y le apuntó al hombre
perdido. “Ahora sí, tienes cinco segundos para largarte.”
El hombre se subió a toda prisa a su camioneta, metió reversa y
arrancó en sentido contrario.
El guarro seguía apuntándole, cuando de la nada, un destello
cerca de una formación rocosa por el lado de la montaña. Un chorro de sangre
salpicó la camioneta, el guarro estaba muerto.
El chofer se tardó unos segundos en reaccionar, los hombres de
la segunda camioneta empezaron a gritar, uno de ellos intentó alcanzar su
radio, si lo hacía sería el fin de la disputa, pero sucumbió antes de poder
hacerlo, víctima del francotirador.
Los hombres apuntaron sus armas hacia la formación rocosa y
abrieron fuego, pero ignoraron a la camioneta que regresaba en dirección hacia
ellos. Alrededor de cinco hombres armados, antes ocultos, abrieron fuego en contra de los
guarros, vidrio, polvo, tierra, ruido y sangre, en cuestión de minutos todo
había terminado.
“Písale cabrón.” Dijo uno de ellos mientras subían al vehículo,
tenían poco tiempo, sin duda los guardias de la entrada habían escuchado los
disparos, tenían que actuar rápido.
Rey y Santiago subieron al carro a toda velocidad, el chofer
encendió el motor, su guardaespaldas sacó un arma de la guantera, la preparó. Don
Nacho hizo una seña a uno de sus hombres, “síguelos”.
El chofer iba a la mitad del camino cuando se escucharon unos
disparos a la distancia. Rey, con manos temblorosas sacó de por debajo del
asiento del copiloto un pequeño aparato, pareció la alarma de un coche, un
escalofrío le recorrió todo el cuerpo. “¡Ahora Rey!” le gritó Santiago. Un suspiro,
por un instante el mundo pareció haber entrado en completo silencio, apretó el
botón.
Una bola de humo, fuego, escombro y dinero salió de la casona
donde habían llevado a cabo las negociaciones. La recepcionista había ignorado que debajo de los billetes había una cantidad
considerable de explosivos.
Los oídos les zumbaron, las ventanas del carro se estremecieron,
los hombres que los seguían no podían creer lo que veían, se llenaron de ira y
los persiguieron con mayor intensidad.
La gente del pueblo se metió a sus casas, unos cuantos salieron
de sus habitaciones, abrieron fuego en contra del vehículo.
Mientras que los hombres que se encontraban en la entrada, ahora
atraídos por la explosión se dispusieron a cerrar la entrada. Pero la
camioneta que se había despachado a los que cuidaban el perímetro de las afueras
se acercaba a toda velocidad, ni siquiera descendieron del vehículo cuando
abrieron fuego en contra de los hombres que cerraban la entrada, dándoles la
espalda, ni siquiera supieron que les pegó.
Rey y Santiago estaban bajo fuego intenso, su guardaespaldas
había cambiado la pistola por un rifle de asalto, abriendo fuego
contra todo lo que se moviera.
El chofer hacia todo lo posible para esquivar los obstáculos y
los disparos enemigos, hasta que fue alcanzado por un tiro a la garganta,
perdiendo el control del vehículo, impactándose en una de las casas, no muy
lejos de la entrada.
Rey y Santiago descendieron del vehículo, habían subestimado al
Escorpión, su guardaespaldas ni siquiera pudo bajar del vehículo, yacía muerto
con su mano en la puerta. Un respiro de alivio, sus refuerzos estaban muy cerca,
los hombres bajaron de la camioneta, sacaron la artillería pesada, abrieron
fuego contra sus enemigos.
Aquello se había vuelto un verdadero campo de batalla, el caos
reinaba, humo y escombro y el olor a pólvora inundaban las calles del pueblo. Gritos,
muerte confusión. Rey le hizo una seña a Santiago, plan B. Cada uno agarró un maletín
con Synth y tomaron rutas diferentes, buscando salir de aquel lugar. Santiago se dirigió hacia las montañas,
a toda velocidad.
Rey tomó una ruta diferente, cerca de la casona dónde habían
llevado a cabo las negociaciones, creía que si se dirigía en posición contraria
a dónde se estaba llevando a cabo el enfrentamiento tendría menos posibilidades
de encontrarse con alguien. Fue ahí donde lo vio, saliendo del escombro, lleno
de sudor, mugre y sangre, imponente, era el Escorpión Azul, puso su mirada
sobre él, una explosión de ira en sus ojos, una pistola en el piso,
perteneciente a una de las víctimas de la explosión, ambos se vieron fijamente,
y luego pusieron su mirada en el arma, justo en medio de los dos, silencio
total, el sudor les recorría la frente, ¿sería lo suficientemente rápido?, tensión,
respiración agitada, ambos se lanzaron sobre la pistola, una lucha brutal por el
arma, quien la consiguiera viviría, el otro moriría. El Escorpión estaba herido y viejo, pero su
fuerza era sorprendente, venció sobre el joven, le dio una bofetada, no se tomó
su tiempo, Rey lo vio bajo el inclemente sol, y un cielo puro, El Escorpión
disparó, pero el arma no funcionó. Rey sin pensarlo tomó una piedra que estaba
a su lado y la dirigió contra la cabeza del Escorpión, descargando toda su ira
sobre la misma, y así sin más el legendario Escorpión Azul, el asesino de
millares, el rey del inframundo había muerto.
Una vez que se supo que Don Nacho había muerto, sus hombres
detuvieron el fuego y se rindieron, acercándose a ver al joven muchacho de
tenis sucios que se lo había cargado.
Su compañero, el joven Santiago, no tuvo tanta suerte, lo
encontraron muerto, víctima de un navajazo a la garganta, le habían quitado su
saco, su billetera, y el maletín con Synth
también estaba desaparecido, unas huellas podían observarse en el polvo,
mientras se desvanecían con el viento, iban en dirección al cerro a espaldas
del pueblo.
“¿Cuál es
tu nombre?” le preguntó un señor grande de poblado y gris bigote.
“Ignacio,
Ignacio Rey.”
“Don
Nacho, ¿puedo ofrecerle mis servicios?”
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