Bienvenidos de nuevo a esta sección quincenal de Tiem-post-modernos, Razo y Apodaca ponen en marcha un plan arriesgado para capturar al asesino. Y si no han leído el resto de relatos lo pueden hacer en los siguientes enlaces:
RUEDAN LOS DADOS
POR
ISAÍAS LEMUS ALDANA
Estaba desayunando
mientras leía el periódico, cuando una noticia llamó su atención. El caso de
los jóvenes asesinados iba a “pasar a segundo plano”, decía la policía, "debido a falta de evidencia sustancial”. Esto obviamente
significaba que el caso iba a formar parte del archivo muerto, junto con otros
miles de casos no resueltos, un millar de rostros olvidados por un sistema
insostenible. Evidentemente los padres de los jóvenes difuntos estaban
histéricos, habían ofrecido declaraciones públicas donde criticaban a la policía,
al gobierno y en especial a los detectives encargados del caso: Razo y Apodaca.
La nota hacía especial énfasis en el regreso de lo que había sido considerado
como una importante pieza de evidencia a sus respectivos titulares, pues
resultó ser insustancial. El hombre bajó su taza de café, y una ligera
sonrisa surcó su rostro.
“¿Crees que funcione?”
“Eso espero…”
“Esto pinta mal Razo…”
“Bueno, me gustaría recordarte que fue tu idea.”
“Ya lo sé, pero nunca creí que lo haríamos de esta forma.”
“Era la única forma, si lo hubiéramos hecho de otra manera no
creo que resultaría.”
Apodaca se
quedó en silencio, viendo a través de Razo, directo hacia la nada, estaba
realmente preocupado, las siguientes horas serían un viacrucis, la simple
espera era insoportable.
El cielo
se tornó rojo, las calles de la ciudad se tiñeron de un intenso tono escarlata,
era como ver el mundo a través de un lente manchado de sangre. Las sombras se
alargaban lentamente, mientras el sol se ocultaba, moviéndose con la paciencia
de las montañas. No había ruido alguno en esos instantes, como si el mundo
entero supiera lo que iba a ocurrir. De repente, una leve brisa inició por el
este, irrumpiendo el silencio, recorriendo las calles, acariciando su
superficie de asfalto, ganando fuerza con cada paso, hasta culminar en una
fuerza imparable que golpeó con violencia los árboles de la calle, haciendo
volar sus hojas en una estruendosa explosión.
Ambos
estaban en el carro, su mirada fija en la casa que se mostraba frente a ellos, teñida
de rojo, sus ventanas temblando frente al viento, pero el resto se sostenía,
inmutable frente a los embates que la naturaleza lanzaba sobre ella. Razo sacó
un cigarrillo, pero Apodaca se lo quitó, no podía fumar en esos instantes, era
muy arriesgado. Por fin, el sol concluyó su agonizante trayecto, dando paso al
reinado de la luna, y así como si nada, el viento se detuvo, retornó el
silencio y la calma, no había ninguna estrella en el cielo, y la luna brillaba
débil, derrotada.
La casa
estaba vacía a petición del jefe de policía, aunque Razo había aconsejado lo
contrario, pues el asesino podría sospechar algo, Razo argumentaba. Pero era
muy arriesgado…
A parte
de ellos, una unidad vigilaba la parte de atrás de la casa, y había dos más,
una en casa del Sr. Sánchez y otra en casa de los papás de Alicia, no podía
haber errores, nada podía dejarse al azar.
La noche
seguía calmada e inmutable, y los detectives observaban en perfecta oscuridad
aquella casa vacía, si el asesino iba a hacer un movimiento, ése era el momento
perfecto.
Las horas
pasaron, y lo que parecía una oscuridad interminable, llegó a su fin con los
primeros rayos de sol que acariciaron la superficie de la casa en un nuevo día,
pero nada había pasado, la noche había ido y venido y todo seguía igual. La unidad
a fuera de la casa del Sr. Sánchez tampoco reportó movimiento, lo habían
seguido todo el día y ni siquiera se había acercado a la casa de los papás de Rafael.
Razo no
lograba comprender lo que había pasado, la derrota, esa monumental derrota, no
recordaba haberse equivocado así en lo que parecía una eternidad. Apodaca logró
contener sus reproches, pero su mirada lo decía todo. Era un mal inicio para un
día que sólo se iba a poner peor, todo inició con una llamada.
Estaban desayunando
en un puesto de la calle cerca de la casa de los padres de Rafael cuando el
celular de Razo sonó, el mismo timbre de siempre, un tono lastimero que Razo
jamás volvería a usar en su vida, una llamada que desearía nunca haber tomado.
Ambos se
subieron a toda prisa a su vehículo, surcando las calles a toda velocidad, un
ejercicio inútil, un esfuerzo fútil. El mundo parecía estar mudo, las calles
carentes de color, como si una fina tela cubriera al mundo en la oscuridad, devorando
todo a su paso.
Llegaron a
la escena lo más pronto que pudieron, aunque ambos sabían que ya no había
prisas que correr. La casa se levantaba en frente de ellos, monumental y
aterradora, las líneas de la policía limitaban el paso a la gente comenzaba a
congregarse.
Ésta vez
fue el oficial Torres quien los recibió, ni siquiera le preguntaron por
Rodríguez y pasaron directo hacia la habitación, esos horrendos interminables
pasillos que se extendían por toda la casa, subieron las escaleras, cada paso
más pesado que el siguiente, Apodaca sentía como se le debilitaban las piernas, su respiración
se agitaba. Por fin, estaban frente a ella, esa puerta, esa maldita puerta blanca
que desearían nunca haber abierto, pero ambos lo hicieron.
Entraron a
la habitación, un silencio espectral yacía sobre aquél lugar y un tremendo
peso. Era difícil respirar y caminar parecía prácticamente imposible. Lo que
vieron jamás lo podrán olvidar, pues lo que había acontecido en aquel lugar no
era humano, parecía más bien el ataque de un animal salvaje, un engendro
escupido desde las entrañas del infierno. Hay pocas palabras para describir lo
que se encontraba en aquella habitación, era una familia completa destrozada, acomodados de rodillas, como si estuvieran
pidiendo perdón (no entraré en más detalles, pues el resto es el objeto de pesadillas), y
en la pared, una oración dejada por el asesino, escrita con la sangre de sus
víctimas: “Esto es Vespiria.”
Razo cayó
a sus rodillas, con la mirada fija en la escena, una sola lágrima surcó su
rostro, agachó la cabeza y ocultó su mirada con su sombrero. Apodaca simplemente
volteó la mirada hacia otro lado, buscando en su memoria algo que lo distrajera
de aquel lugar.
El
trayecto de regreso aconteció prácticamente en completo silencio, ahora era
Razo quien manejaba, Apodaca estaba en shock.
“¿Alguna vez te conté cómo terminé en éste trabajo?” dijo
Apodaca, como un susurro.
“No.” Contestó Razo, su mirada fija en el interminable camino.
“Mi infancia no fue fácil, pero logré salir adelante –hizo una
pausa- en fin, quería ser un abogado, defender a la gente y todo eso, traer
justicia, pero necesitaba dinero… para ir a la universidad, así es que me metí
de policía, no se necesitaban muchos estudios, el horario no era malo, y así
podía hacer ambas cosas, embaracé a mi novia y por supuesto respondí, y ahora necesitaba
más dinero, por lo que trabajé más, el horario estaba más ajustado, pero aún podía
hacer ambas cosas, era bueno en mi trabajo, por lo que me ascendieron, ahora ganaba
más dinero, y un día dejé de ir a la universidad. Recientemente no he dejado de
pensar... ¿quién querría un trabajo cómo éste? Y no dejo de imaginarme cómo sería
mi vida… ¿Cómo terminamos aquí, persiguiendo monstruos, perdidos en la
oscuridad?”
“No lo sé, pero te diré algo, los monstruos no existen, le dices
así porque no entiendes cómo alguien sería capaz de un acto tan vil, pues
un acto así no podría ser humano, por lo que lo llamamos monstruo para
diferenciarlo de nosotros, pero en realidad fue un humano quien lo hizo, y eso
es lo que en realidad me aterra.” El camino seguía y seguía.
Razo llevó
a Apodaca a su casa, éste le agradeció, cuando entró a su hogar ahí estaban su
esposa y sus hijos, la abrazó como si no la hubiera visto en siglos, encontró
consuelo en sus brazos, su rostro parecía algo divino, por un instante pudo
olvidar todo lo que había ocurrido, en ese momento no había maldad en el mundo.
“¿Señor? Lo siento, creí que estaba despierto, tiene una visita.”
Dijo la enfermera con emoción en su rostro.
Por su
puesto, él no podía creerlo, no había tenido una visita en años. De repente entró,
una imagen que creía sólo vivía en sus recuerdos.
“¿Fer?, no puede ser mi Fer…” sus ojos se pusieron cristalinos,
y su voz quebradiza.
“Hola papá…” le dijo Razo al anciano, “¿Puedo sentarme?” Razo se
quitó su sombrero y lo puso en una silla, se sentó a su lado.
“Me alegra ver que todavía usas el rosario de tu madre.”
Razo no
dijo nada, y contempló en silencio el objeto alrededor de su muñeca.
Ambos se
sentaron frente al televisor, viendo un programa trivial, cenaron juntos como no
lo hacían hace mucho tiempo, Razo recargó su cabeza sobre el hombro de su padre.
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