EL SR. SÁNCHEZ
POR ISAÍAS LEMUS ALDANA
“Muy bien, todo parece indicar que es él.”
Dijo
Apodaca mientras señalaba con su dedo índice el monitor de una pantalla dónde
se apreciaba la foto de un hombre de negra cabellera.
Razo y
Apodaca habían continuado con la investigación del asesinato de Alicia y
Rafael, la cual los había llevado a pensar que el culpable podía ser uno de los
vecinos de la familia de Alicia, por fin habían encontrado un posible
candidato, Miguel Sánchez de Alba, tenía una hija de la edad de Alicia e iba en
la misma escuela, probablemente eran amigas.
“Bueno, entonces el plan ahora es ir a la casa del Sr. Miguel,
hacerle unas preguntas y ver que le podemos sacar.” Comentaba Razo, mientras
terminaba su tasa de café matutino.
“Sí, pero recuerda, tenemos que ligarlo con las cartas perdidas,
es la única evidencia con la cual podemos detenerlo.” Complementó Apodaca.
“Eso y el arma homicida.” Finalizó Razo, y dio un último soplo a
su café.
Apodaca
iba conduciendo como de costumbre, mientras iban de camino a la casa del
sospechoso, el radio emitía todo tipo de melodías musicales de moda, a Apodaca
le gustaban, pero Razo las odiaba, pero hace mucho habían llegado a un acuerdo
donde quien maneja elige lo que se escucha, y como Razo casi nunca manejaba,
Apodaca terminaba siempre eligiendo la música.
Las
baladas poperas fueron interrumpidas por un anuncio del gobierno, de esos anti bullying que repasaba los puntos
esenciales de cómo detectar si alguien sufre de acoso escolar, y cómo
reaccionar ante tal situación.
“Bullying, que
payasadas, en mis tiempos no había esas tarugadas, somos carrilla y siempre lo
seremos. Y si alguien se intenta pasar de lanza le das unos trancazos, los
pones en su lugar.” dijo Apodaca lleno de furia por un instante.
“Creí que les enseñaban a dar
la otra mejilla.” dijo Razo sarcásticamente.
“Y yo que creí que ya no tenías sentido del humor. Para tu
información, la parábola de dar la otra mejilla se refiere a otro tipo de situaciones,
en la escuela, en la vida real tienes que defenderte, es parte de la vida.”
Razo y
Apodaca estaban frente a la puerta de madera, café, hermosamente detallada. Era
un sábado soleado, y las hojas de los árboles de alrededor empezaban a caerse
al viento.
Ambos
estaban nerviosos pero lo disimulaban bastante bien, sin más llamaron a la
puerta.
“¿Quién?” dijo una voz desde las entrañas de la casa.
“Somos los detectives Apodaca y Razo.”
Una mujer
abrió la puerta.
“Buenos días detectives. ¿En qué puedo servirles?”
“Buenos días, queríamos saber si le podemos hacer unas
preguntas, sobre el caso de Alicia Ramírez y Rafael…”
“Hay sí, esas pobres criaturas, fuimos al funeral el otro día,
que cosa más horrible. Mi Rene y Alicia eran muy unidas.”
“Es precisamente por eso que estamos aquí, ¿Podemos pasar
entonces?” dijo Razo con un tono firme, pero cortés.
“Por supuesto.” La señora se veía bastante emocionada, y
demostraba mucho interés sobre el caso, parecía una de esas fanáticas de las
novelas de misterio y programas policiacos.
Se
encontraban en la sala, Razo se quitó su sombrero, y sacó su libreta y una
pluma.
“¿Estará su marido?” preguntó Apodaca.
“Sí, está en el jardín, ¿Quieren que lo traiga?”
“Sí, por favor, es mejor que estén los dos aquí, y su hija,
también nos interesa hablar con ella.”
A toda
velocidad la mujer fue por su marido, su hija, y hasta se trajo a su hijo. Por
lo que en cuestión de segundos, toda la familia se encontraba en la sala en
frente de los detectives.
“Muy bien, ¿René? Es tu nombre.” Le preguntó Apodaca la hija.
“No, soy Irene, como mi madre, pero de cariño me dicen Rene, sin
el acento.”
“Muy bien, y ¿Cómo se llama el joven de acá?”
El
adolescente permaneció en silencio mirando a su alrededor.
“Cariño, contesta la pregunta.” Insistió su madre.
“Hazle caso a tu madre, es de mala educación no contestar lo que
se te pregunta.” Le dijo su padre.
“Discúlpelo, es medio tímido, su nombre es Miguel, igual que su
padre, él e Irene son gemelos.” Dijo la señora, y al finalizar le dio una
reprenda visual a su hijo.
“Cuates mamá.” Dijeron ambos al unísono.
“Muy bien, Rene, ¿cómo era tu relación con Alicia?”
“Bueno, pues éramos amigas.”
“¿Te gustaría elaborar más?”
“Pues, Alicia era… una chica muy especial sabes, éramos muy
unidas, confiaba en mí.”
“¿Qué tanto confiaba en ti?” preguntó Razo, mientras se
inclinaba más hacia la familia, con sus ojos fijos en Rene.
Rene de
pronto se veía confundida, no entendía la pregunta, o si la entendía no sabía
cómo responderla.
“A lo que me refiero es si te contaba cosas que a nadie más le
contaba, sus secretos, lo que pensaba.”
“Pues sí, algo de eso…”
Razo
suspiró a veces encontraba a los adolescentes desesperantes.
“¿Nunca te contó nada de unas cartas? Verás, sabemos que se
escribía con éste chico, Rafael, pero nos hacen falta la mitad.” preguntó
Apodaca al ver que Razo estaba teniendo dificultades dándose a entender.
“N… no, no, nunca me dijo nada de unas cartas.” Se veía
nerviosa, estaba ocultando algo.
“¿Estás segura?, por favor, no nos mientas, esas cartas son
vitales para la investigación.” Dijo Razo, quien había logrado calmarse.
“Sí, no les miento, de verdad, nunca me dijo nada de unas
cartas. Pero ¿por qué son tan importantes?”
“Mira, la mamá de Rafael tenía las cartas dirigidas de Alicia a
su hijo, pero la Sra. Ramírez no pudo encontrar aquellas dirigidas de Rafael a
Alicia, están perdidas y a parte de que pueden tener información relevante, hay
información suficiente para suponer que el asesino las tiene, si ése es el
caso, puede ser la evidencia que necesitamos para mandarlo a prisión.” Concluyó
Razo, mirando fijamente a Rene, esperando que ésta dijera algo más, que saliera
de su negativa.
Rene
compartió la mirada de Razo, por un instante parecía que quería decir algo más,
pero siguió negando saber de las cartas.
“Muy bien, y por último, ¿la palabra vespiria te dice algo?”
Rene se
quedó en silencio por unos segundos, con la mirada perdida, por fin contestó.
“Sí.”
La respuesta
de Rene despertó el interés de ambos detectives, esto podía ser algo útil.
“Recuerdo que Alicia me la dijo una vez, después de que
conociera a éste chico, Rafael…”
“¿Dónde fue? ¿Cuándo te la dijo?” preguntó Razo con interés.
La joven
repasó dentro de su memoria, le costaba trabajo recordarlo, pero al final lo
consiguió.
“Fue cuando fuimos de campamento, me dijo algo así como “esto es
vespiria” o algo así, no lo recuerdo muy bien.”
“¿No hay nada más que recuerdes?¿Nunca te dijo qué significaba?”
“Me temo que no, lo siento, Alicia era muy reservada.”
El
interrogatorio continuaba, y después de sacarle toda la información relevante a
la hija, ahora era el turno del padre, un hombre alto, pero algo encorvado de
cabello negro, no delgado, pero tampoco gordo, tenía los ojos pequeños de color
café oscuro. Desde el momento en que lo vio, Razo supo que él era a quien
buscaban.
Tanto
Razo como Apodaca lo habían estado observando cuando mencionaron las cartas,
pero nada, ni una señal de reconocimiento, ni una gota de sudor.
“Muy bien, Sr. Sánchez, también tenemos unas preguntas para
usted.”
Éste
asintió con la cabeza. Su esposa vio a los detectives, sorprendida y
decepcionada, pues se la habían saltado.
“¿Me puedo ir a mi cuarto?” preguntó el hijo. Ambos padres
voltearon a ver a los detectives, solicitando su permiso. Éstos accedieron,
pues a quien en realidad buscaban era al patriarca.
“¿Dónde se encontraba la noche del primero de noviembre?”
“¿Qué significa esto?” preguntó el Sr. Sánchez.
“Conteste la pregunta.” Dijo Razo.
“No, un momento, ¿están insinuando que tuve algo que ver con la
atrocidad que le pasó a la joven Alicia?”
“Son preguntas de rutina, por favor conteste la pregunta.”
Ordenó Apodaca.
“Contesta la pregunta gordito.” Le dijo su esposa.
“Estaba en el trabajo, salió un asunto urgente, y lo tuve que
atender.”
“¿A qué se dedica usted?”
“Soy contador, trabajo para un despacho, Sevilla &
Hernández, me hablaron por qué había que corregir unas cosas.”
“¿Alguien que pueda corroborar su historia?”
“¿Historia?, sí, mi esposa y Ana, la de la oficina.”
“¿Es esto cierto señora?”
“Sí, bueno, yo había ido a dejar a los niños a una fiesta de
disfraces y me acuerdo que me hablaste, diciendo que ibas a tener que ir a la
oficina y que probablemente ibas a llegar muy tarde.”
“Ok, y la palabra vespiria, le dice algo.”
Los ojos
del señor Sánchez brillaron por un instante, pero recuperó su postura y tono
calmado de inmediato, pero Razo lo había visto.
“No, no me dice nada, digo, a parte de lo que les dijo mi hija
ahorita, pero qué bueno que me lo dice, siempre es bueno aprender palabras
nuevas, ¿de verdad no saben qué significa?”
“No.” Dijo Apodaca.
“Es una lástima, me encantan las palabras, siempre les digo a
mis hijos: recuerden, las acciones tienen consecuencias y las palabras
significados. También es una pena lo de las cartas, una tradición tan bonita,
que desafortunadamente hemos perdido. Pero, ¿les puedo preguntar algo?”
Ambos
asintieron.
“¿Cómo saben si quiera que dichas cartas existen? Digo, todo es
una suposición ¿no?, suponen que Rafael también le estaba escribiendo a Alicia,
pero no están seguros ¿cierto?, y el hecho de que la Sra. Ramírez, nuestra
buena amiga no las encuentre no son prueba de que el asesino las haya sustraído
¿o sí?”
De
repente, algo había cambiado en el hombre, su aspecto, su postura, lo estaba
disfrutando.
“Es un ángulo que estamos trabajando, y hay motivo suficiente
para creer que ambos se estaban escribiendo, la información está incompleta, se
siente incompleta.” Dijo Razo, le empezaba a molestar la actitud altanera del
Sr. Sánchez.
“Pero eso no significa que en realidad existan, ¿estamos de
acuerdo?”
“Señor, apreciamos sus aportaciones, pero es mejor si nos deja
el trabajo de detective a nosotros y usted se encarga de sus números, ¿estamos
de acuerdo?” dijo Apodaca, también molesto por la actitud del sospechoso.
“Tienen razón, y yo que me burlo de mi esposa por hacerle al
detective.”
El interrogatorio
fue largo y exhaustivo, pero el Sr. Sánchez no se rompió, no les dijo nada que
no supieran ya, y no ofreció motivos ni indicios de ser el indicado.
“Bueno, si saben de cualquier cosa, no duden en contactarnos.”
Dijeron por
fin los detectives, ya era de noche y ambos estaban ya cansados.
“De acuerdo detectives, eso haremos. Antes de que se vayan,
quiero mostrarles algo.”
Razo y
Apodaca voltearon a verse, era una solicitud extraña, pero tenían curiosidad de
ver de qué se trataba.
Siguieron
al Sr. Sánchez a través de su casa, por los pasillos, largos y estrechos hasta
llegar a una habitación llena de vitrinas y cuadros.
“Soy algo así como un coleccionista, me encanta el arte, sobre
todo la pintura y el teatro, de hecho siempre quise ser actor, pero esa es una
historia para otro tiempo. ¿Qué les parece?”
Era un
cuadro, donde un hombre peleaba con otro, ambos tenían cuchillos cerca del otro
estaban forcejeando.
“Se llama Batalla perdida,
pues mientras más se acerca el cuchillo de uno, más se acerca del otro, siendo
el único resultado la muerte de ambos.” Dijo el Sr. Sánchez en un tono algo
siniestro.
“O ambos podrían simplemente tirar sus cuchillos.” Dijo Apodaca.
“No, no está en su naturaleza abandonar una lucha, aunque esté
perdida.” Dijo esto mirando directamente a Razo.
En el
camino de regreso, Razo y Apodaca seguían discutiendo el caso.
“¿Qué opinas?” le preguntó Apodaca a Razo.
“Es él. Él es a quien buscamos.”
“No sé, yo no estoy muy seguro, sí es un tipo extraño, pero
tiene un buen punto sobre las cartas, toda tu teoría se basa en ellas, si no
las tenemos no lo tenemos a él, y si no existen, él tampoco.”
“Tienen que existir, algo muy dentro de mí me dice que existen,
de tan sólo leer las otras cartas sabes que hace falta algo…”
“Muy bien, pero recuerda que no hacemos nuestro trabajo en base
a corazonadas y suposiciones.”
“Lo sé, por eso es que tenemos que encontrarlas, tenemos que
forzarlo a que revela su verdadera identidad.”
“¿Y cómo sugieres que hagamos eso?”
“No lo sé, bueno, tengo una idea a medias. Quien mató a Alicia y
Rafael era un psicópata, obsesionado con Alicia, la mató para calmar su
obsesión y a Rafael porque lo consideraba indigno de ella, pero eso no calmó
por completo su obsesión, por lo que se robó las cartas…”
“De acuerdo con tu teoría…”
“Sí, pero ve ¿no se te hace mucha coincidencia que el resto de
mi teoría encuadre a la perfección?”
“Eso no significa que estés en lo cierto.”
“¡Carajo Apodaca! Por favor, confía en mí en esto.” Razo se
estaba desesperando, sentía que Apodaca no le tenía mucha confianza y no lo culpaba,
pero sólo necesitaba un salto de más de fe, sentía que tenía razón, en su mente
todo se veía tan claro, el señor Sánchez encuadraba con el perfil que había
construido, por lo que continuó.
Apodaca
suspiró, estaba muy cansado y no tenía tiempo para discutir con Razo al
respecto.
“Muy bien, continúa.”
“Se arriesgó mucho al robar las cartas, había pasado muy poco
tiempo desde el asesinato, se estaba volviendo inestable, ya no se puede
controlar…”
“Entonces si lo que dices es cierto ¿Por qué no utilizamos las
cartas que tú tienes? Si está tan obsesionada querrá esas, ¿no?, si su obsesión
es con Alicia, querrá las cartas que escribió ella.”
“Nada mal compañero, nada mal. Podemos regresarle las cartas a
la mamá de Rafael y esperar a que vaya por ellas, y ya que las tenga, lo
detenemos.”
“Muy bien, pero debemos de hacerlo bien, no podemos confiarnos, estamos
usando gente como carnada, tenemos que asegurarnos que nada salga mal, no
podemos simplemente, lanzar los dados.”
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