TODOS LOS DÍAS CONTIGO
POR
ISAÍAS LEMUS ALDANA
PARA ANA
PRIMERA NOCHE
Estaba sentado en el mismo
lugar de siempre, como cada jueves por la noche, el humo de cigarro inundaba la
habitación dándole textura a la tenue luz que salía de la triste lámpara que
descansaba sobre mi cabeza. Mi cigarrillo se consumía en el cenicero cuando iba
en la tercer cerveza, era una cálida noche de marzo, pronto tendría que
abandonar mis chamarras de cuero, pero esta noche todavía aguantaba.
El bar apestaba a cerveza y
mezcal derramado, mientras una canción de rock ochentera tocaba en la rockola.
Este era un lugar para gente indecente, esposos infieles y mujeres de mala fama
ahogando sus pecados en alcohol, pero entre esta multitud una figura sobresalía
del resto, como una pieza mal puesta en un rompecabezas, ella, la mujer por la
cual todos los jueves por la noche visitaba aquel lugar desde hace un año.
Aquella dama, siempre arreglada y elegante, su vestimenta era humilde, pero su
porte la distinguía del resto, una mujer de tez blanca y cabello corto y negro,
entre su negra cabellera se asomaban ligeros mechones blancos, testigos de su
edad, vestía una chamarra café y una blusa rojo brillante. Bebía una copa de
vino tinto, siempre se sentaba en el taburete que da al callejón de afuera, su
mirada fija en la ventana, sus ojos color miel absortos en aquel callejón sucio
y lleno de basura. Sin embargo, siempre que el reloj marcaba las doce, la mujer
salía cual cenicienta hacia la noche.
Desde el momento en qué la
vi siempre había estado fascinado con ella, o, mejor dicho, con la historia
detrás de ella, ¿Qué traería a una mujer de ese porte a este bar de mala
muerte? Sin embargo, y a pesar de mis múltiples intentos de envalentonarme con
todo el alcohol del mundo no había podido acercarme a ella. Hasta aquella, la
primera noche del primer jueves de marzo, cuando ya no vería la vida de la
misma manera.
Pues verán, aquella noche
seguí a la mujer cuando había terminado su copa de vino tinto y el reloj marcó
la medianoche. Como siempre, pagó dejando una generosa propina, se despidió de
la mesera y salió hacia la calle. Señalé a la mesera, pagué la cuenta y seguí a
aquella dama hacia la oscuridad de la noche, para mi sorpresa, la mujer se
dirigía hacia el callejón que está a un lado del bar. Tomé mis precauciones
para no ser descubierto, pero la verdad es que ni siquiera sabía lo que hacía,
no quería asustarla, y tampoco sabía que era lo que haría una vez ella llegara
a su destino, quizá era el alcohol en mi sangre que me impedía pensar con
claridad, pero la seguí, tratando de ser lo más discreto posible. Casi al fondo
del callejón, la mujer se detuvo, y volteó a su alrededor, me escondí detrás de
un bote de basura para no ser descubierto, pasaron alrededor de cinco segundos
cuando no aguanté la curiosidad y levanté mi borracho ser, la mujer ahí estaba
viendo la luna, todavía no sé porqué, pero sentía que algo me llamaba a
acercarme más, lentamente avancé hacia ella, mis pies temblorosos, no se lo que
haría si me viera, ¿Qué le diría?, estaba casi a dos metros de ella, podía oler
su perfume cuando un haz luz blanca rodeó a la mujer, un perfecto halo blanco
rodeándola, y en cuestión de segundos aquella luz también me rodeó a mí, y lo
que sucedió a continuación aún tengo problemas para relatar, pues como defines
algo que no tiene comparación en este mundo, sin embargo, haré mi mejor
esfuerzo. Era como estar dentro de un arcoíris con todos los colores del mundo
y aún aquellos que no existen danzando a nuestro alrededor, volteé hacia atrás
y el bar ya no estaba ahí, era como si la realidad se desdoblara en un prisma
infinito, como si todo existiera al mismo tiempo, y luego nada, una profunda
oscuridad nos rodeó, el tipo de oscuridad que se siente, y en medio de la nada
apareció una ventana, que daba a un campo verde, y en medio de ese campo verde estaba
la mujer, y algo más, alguien más, ahí estaba una pequeña niña, y la mujer
jugaba con esta niña, la cargaba y la sostenía entre sus brazos, y le hacía de
cosquillas, no podía escuchar una palabra de lo que decían, pero sentí en ese
momento, sentí alegría y felicidad, y fue cuando me di cuenta, la niña era su
hija, y la mujer a la que había seguido era su madre, y ahí estuvieron en ese
campo verde llenas de alegría, y esa misma felicidad me salpicó, sentí una
tremenda felicidad que me llevó al borde de las lágrimas, la mujer y la niña
habían terminado de jugar, y se acostaron en el pasto a contemplar el cielo, y
pude sentir el pasto rozando sus cráneos, y sus pies, el calor del sol y la
brisa del viento, y luego nada, la misma oscuridad había regresado, y volteé a
mi alrededor, estaba de regreso en aquel sucio callejón al lado del bar, y ahí
estaba la mujer, lágrimas recorriendo su rostro, y me volteó a ver.
Ya no tenía en donde
esconderme, pues entre el alcohol y aquella experiencia mi mente estaba
revuelta. “Ven” me dijo la mujer, y me llevó de la mano de regreso al bar. Me
sentó con calma, con el cuidado que se trata a un lesionado. Pidió dos
mezcales, y se sentó en frente de mí, y mientras el mundo daba vueltas a mi
alrededor ahí permanecía la mujer como el ancla que detiene al universo. “Por
tu mirada supongo que acabas de vivir todo lo que pasó.” Dijo la mujer con
calma y claridad. Yo simplemente asentí con la cabeza. Recuperé mi aliento,
terminé los dos mezcales de un solo trago, recosté mi cabeza por unos minutos,
cerrando y abriendo los ojos, tallándolos hasta que dolió, finalmente me
compuse. “¿Qué fue todo eso?” pregunté incrédulo. “La verdad es que eso no
sabría decírtelo, ¿Alguna vez has tenido un sueño tan vívido que jurabas que
era realidad?” De nueva cuenta, yo asentí con la cabeza. “Pues es más o menos como eso, como un sueño, o como la memoria de
un sueño” “Pero, ¿A caso es real?” pregunté. “Tan real como un recuerdo es real,
ese momento que viviste es un recuerdo de mi hija, o más bien, el momento de un
recuerdo de mi hija…” “Un recuerdo de tu hija, pero, ¿Cómo es posible?” “Eso
tampoco lo sé, solo sé que lo es. Verás, todos los jueves por la noche vengo
aquí, y después de la medianoche, si salgo a ese callejón y la luna brilla con
intensidad, de alguna forma puedo vivir de nuevo ciertos momentos de mi vida.”
Trató de explicarme la dama, pero francamente, mi mente estaba tan revuelta que
yo más bien estaba concentrado en no vomitar, aquellos mezcales habían probado
ser una mala idea. “Entonces, recapitulando, únicamente los jueves, después de
la medianoche, si te paras en el punto exacto en ese callejón y está brillando
la luna, puedes ver tus memorias.” Pregunté intentando de hacer sentido de la
situación. “Sí, pero no solo veo mis
memorias, las vivo de nuevo, es
volver a vivir ese momento.” “¿Algo así como viajar en el tiempo?” “Sí, pero no
puedo cambiar nada de lo que sucede, únicamente vivo de nuevo el momento, lo
siento como si volviera a estar ahí, y todo sucede como sucedió, pero es como
si estuviera ocurriendo por primera vez.” “Y ¿Puedes elegir que tan atrás
puedes volver?” “No, cómo te decía, son momentos bastante específicos de mi
vida, todos parecen estar ligados con mi hija, lo más atrás que he ido, fue su
nacimiento.” La mujer se detuvo y clavó su mirada en la mesa donde descansaban
su codos. “¿Y ya habías llevado a alguien más contigo?” “No, esta es la primera
vez, siempre me lo había preguntado, si era únicamente yo quien podía hacerlo,
la primera vez que me ocurrió creí que me había vuelto loca, y como ya te diste
cuenta no es nada fácil de explicar a alguien más, entonces se siente bien
tener a alguien con quien platicar sobre esto. Dime, ¿Qué fue lo que sentiste?”
“No sé siquiera por donde empezar, era como salir de esta realidad, estaba
viéndote a ti y a tu hija detrás de una ventana, no podía escuchar nada, pero
pude sentir todo…” Y fue en este momento, cuando las lágrimas me volvieron a
los ojos, al recordar lo que acababa de vivir. “…fue abrumador.” Concluí. Y así
seguimos platicando el resto de la noche, tuve que explicarle porque la había
seguido a la mitad de la noche a un callejón detrás de un bar de mala muerte,
lo cual fue tan incómodo como suena, pero la experiencia nos había unido, por
lo que pasó por alto lo creepy que
era esa situación. Le expliqué que era o soy un escritor amateur, y que ella me
parecía fascinante y con justa razón, finalmente llegamos a un acuerdo, yo
podía acompañarla todos los jueves por la noche durante el mes de marzo, y
narraría todo lo que sucediera, algo así como una memoria de sus memorias, el
trato era irresistible para mí, aceptaría cualquier oferta con tal de tener la
oportunidad de volver a experimentar eso.
SEGUNDA NOCHE
A la siguiente semana ahí
estaba la dama bebiendo su copa de vino tinto viendo la ventana que da al
callejón. Me senté en frente de ella, pedí una cerveza, charlamos un rato sobre
su hija, para entender más el contexto de su vida, pero la mujer era reservada,
no revelaba mucha información, cada pregunta casi siempre la respondía con un
frío “Ya lo vivirás.” También le pregunté si tenía una idea de a dónde nos
llevaría la luna esta noche, y ella me contestó que no, el proceso era
puramente aleatorio, la única constante era su hija. Salimos al callejón, nos
paramos en el mismo lugar, allí estaba la luna y en instantes ahí estaba la
ventana de nuevo, en esta ocasión hacía frío, era una noche de invierno y la
mujer esperaba a fuera de su casa, se le veía preocupada, no dejaba de ver su
reloj, hasta que unas luces aparecieron en el camino, un viejo Tsuru tinto se
estacionó en frente de la casa, las puertas se abrieron y se bajó su hija,
quien era ya una adolescente, y venía acompañada de un hombre, el hombre la
venía cargando, la hija estaba ten ebria que no podía caminar, yo podía sentir
el enojo de su madre, la ira en contra de este hombre anónimo y la misma rabia
en contra de su hija. La recibió en brazos y la llevó dentro de su casa, todo
se sentía diferente, ya no estaba el calor de la vez anterior, ahora solo había
enojo y confusión. La mamá llevó a su hija al baño y ella vomitó, pude sentir
el caliente olor del vómito, impregnado a cerveza y tequila, un olor que me era,
por desgracia, bastante familiar. Y mientras la mamá sostenía la cabeza de su
hija sobre el inodoro y ella vaciaba sus entrañas dentro de este, pude sentir
algo más, el enojo se disipaba dando paso a empatía, y cariño. Una vez que la
hija había terminado de vomitar, su mamá la llevó en brazos a su habitación, la
recostó de lado, le puso una almohada en la espalda para que no girara y le
dejó una cubeta, por si tenía que vomitar de nuevo, y dentro del enojo y la
ira, y la compasión y el cariño surgieron más emociones, muchas de ellas cuyos
nombres ignoro, y todas esas emociones se cruzaron y giraron alrededor de la
cabeza de esta madre cansada que por fin regresaba a su cama tranquila, pero
con un terrible nudo en el estómago.
Y de nuevo estábamos de
regreso en el callejón, esta vez me tuve que sentar, las emociones habían sido
demasiadas, y en muy poco tiempo. “¿Estás bien?” la mujer me preguntó con
sincera preocupación “Sí, estoy bien, ¿Esto cuando fue?” “Lo que acabas de
vivir fue una parte de la adolescencia de mi hija, como ya pudiste darte
cuenta, no fue nada fácil, mi esposo, su papá nos abandonó y fueron años muy
difíciles para ella, y para mí, siempre la amé, pero te lo juro que había días
cuando… días dónde preferiría estar sola.”
TERCERA NOCHE
Era el tercer jueves de
marzo, el clima ya me había obligado a dejar mis chamarras de cuero en casa,
traía una guayabera verde, y unos jeans, entré al bar y ahí estaba la mujer
entre los borrachos de siempre, junto a la misma ventana. Pedí mi habitual
cerveza, y la mujer su copa de vino tinto, platicamos tanto que apenas y le
dimos tragos a nuestras bebidas, la dama estaba más platicadora que nunca, me
contó un poco de su ex marido, así como de su vida, era una contadora,
trabajaba para una firma importante, con muchos clientes cuyos apellidos
necesitas un diccionario para pronunciar de manera adecuada. El reloj marcó la
medianoche y religiosamente salimos a aquel callejón sucio y lleno de basura,
pero que ahora me resultaba completamente fascinante. Nos paramos en el mismo
lugar de siempre, de nuevo ahí estaba la ventana, ahora había una mesa en medio
de un jardín verde, un olor a humo que emanaba de las velas recién apagadas que
estaban sobre un pastel de cumpleaños de glaseado blanco con rosa, y de nueva
cuenta ahí estaba la mujer en medio de una decena de niños y padres de familia
que parecían conversar sobre cosas triviales, también ahí estaba su hija quien
acababa de apagar a las velas, los niños reían y corrían alrededor de la mesa,
su hija se veía tan feliz, y su mamá también lo estaba, lo pude sentir, así
como un profundo orgullo, al ver a su hija como crecía frente a sus ojos,
pronto terminaría de ser esa inocente niña que ríe y juega a las traes y se convertiría en aquella
adolescente que tantos dolores de cabeza le provocaría, sin embargo en este
instante su hija era feliz con un pequeño pedazo de pastel de vainilla con
glaseado, y todo tenía sentido en el mundo, la mujer se acercó a su hija y la
levantó en brazos, pude sentir su peso sobre los míos, así como el calor de su
cuerpo, y la mujer acercó su cara a la de su hija y le plantó un beso en la
frente, y de nuevo oscuridad y la fría realidad del callejón, volteé a ver a la
mujer quien estaba hecha un llanto, me acerqué a ella y se recargó sobre mi
pecho y lloró con fuerza, al punto en que sus lágrimas humedecieron mi camisa,
y creí entender el porqué de su tristeza, y así estuvimos un buen rato, ella
llorando, yo con mis brazos a su alrededor, y la luna sobre nosotros.
CUARTA NOCHE
Esa vez decidí arreglarme
más de lo habitual, me puse una buena camisa, me peiné y hasta loción me puse.
Era una noche especial, pues era la última noche en la que iba a acompañar a la
mujer por sus recuerdos, ese era el trato, todos los jueves durante el mes de
marzo le haría compañía, y este era el último del mes, después de esta noche nuestro
trato llegaría a su fin y podría escribir sobre todo lo que había vivido con
ella. Francamente estaba nervioso, el mundo ya me era diferente, me costaba
discernir entre lo que había vivido personalmente y lo que había vivido a través
de la mujer, mi realidad era otra, y hasta la luna era distinta. Con dedos
temblorosos abrí la puerta del bar, el familiar olor a cigarro, cerveza y
mezcal derramado me pegó en la nariz e inundó mis pulmones, un hombre borracho
cantaba a gritos aquella vieja canción que sonaba en la rockola, mientras sus
acompañantes se reían de él y otros más se unían a su canto. Y como siempre,
ahí estaba la mujer, copa de vino tinto en mano, mirada perdida en la ventana.
El mundo parecía moverse en cámara lenta mientras me acercaba a ella, tomé
asiento, su mirada se encontró con la mía y sonrió, francamente no recuerdo de
lo que hablamos, nuestras bocas se movían, pero no recuerdo sonido alguno,
finalmente sonó el reloj, era hora. Caminamos hasta el callejón, volteamos
nuestra mirada al cielo, ahí estaba la luna llena brillando radiante, la única
testigo de nuestras aventuras a través del tiempo. El halo de luz apareció
resplandeciente, y el mundo dejó de ser el mundo y se convirtió en mil mundos
más, dónde todo lo que existió y existirá fluía a nuestro alrededor como un río
eterno que empieza y termina al mismo tiempo, y de nuevo aquella familiar
oscuridad, que se dobló y dio paso a la luz, un luz blanca que brillaba en un
cuarto blanco, ahí estaba la mujer, de rodillas en frente de una cama blanca,
rodeada de hombres también vestidos de blanco. Los hombres salieron del cuarto
uno a uno, y sólo quedó la mujer de rodillas frente a la cama, y sobre esa cama
estaba su hija, rodeada de tubos que se insertaban en todo su cuerpo, y solo
había frialdad en aquel lugar, lleno de máquinas y aparatos de apariencia
siniestra. La mujer sostenía las manos de su hija junto a las suyas, estaban
frías, heladas, y la hija volteó su rostro hacia el de su madre, había miedo en
sus ojos, el tipo de miedo que un padre no quiere ver nunca en los ojos de sus
hijos, y su hija puso su otra mano sobre la de su madre, y su madre besó su
mano y la puso contra su mejilla. La madre habló palabras que no pude entender
y los ojos de su hija se llenaron de lágrimas, y la hija también habló, una
sola palabra fue lo que pronunció, y su madre irrumpió en llanto, y se llevó de
nuevo su mano contra su mejilla y sus labios, y yo no me di cuenta, pero
también estaba llorando, sentí impotencia y rabia, y después de todo un
increíble vacío, mientras el poco calor de la mano de su hija abandonaba su
cuerpo y la luz del mismo mundo parecía extinguirse, de nuevo oscuridad.
Y ahora estábamos en el
callejón, sólo que esta vez era yo quien rompió en llanto, un mar incontrolable
de lágrimas fluyó por mi rostro junto con un terrible grito de impotencia,
lloré sin consolación en el regazo de la mujer quien me sostuvo entre sus
brazos, la impotencia, desesperación, rabia y finalmente aquel terrible vacío,
se habían apoderado de mi corazón. Cesaron mis lágrimas después de un largo
rato, y ahí estaba la mujer, sus ojos llorosos, pero tranquila. “Ese fue el día
en que mi hija murió.” Dijo en un susurro. “Pero no entiendo, ¿Por qué te haces
esto a ti misma? ¿Por qué volver a sufrir? ¿Porqué volver a vivir el dolor?” “A
mí también me tomó mucho tiempo comprenderlo, y creo que todavía no lo hago, no
en su totalidad. Al principio estaba feliz con solo verla de nuevo, pero
después entendí porqué me pasó esto a mí, porqué fui elegida para vivir de
nuevo la vida de mi hija, pues verás, para ella todo esto está pasando, y todos
los días sufre, y todos los días ama y ríe, y todos los días necesita de su
madre, necesita saber que siempre estoy con ella.” Me miró fijamente a los
ojos, y pudo ver que yo no entendía. “Descuida…” me dijo con calma y en paz
“…es hora de que esto también llegue a su fin, la enfermedad de mi hija,
resulta que es hereditaria, la obtuvo de mí…” dijo con lágrimas en los ojos y
un voz quebradiza “… es una enfermedad bastante rara puedes vivir toda una vida
con ella sin que se manifieste…” suspiró “…y el mes pasado la mía empezó a hacerlo,
mi doctor me dio una expectativa de vida de un mes, esa noche fue cuando te
conocí.” En ese instante me quedé en shock, todavía no podía procesar lo que
acababa de vivir, y ahora me enteraba que esta mujer con la que había
compartido tanto estaba por morir. “¿Eres un hombre religioso?” me preguntó,
“No.” Le contesté. “Es curioso como funciona el tiempo, ¿No lo crees?, para
nosotros es una cosa, y luego vives algo como esto y resulta ser algo
completamente distinto, siempre creí que era como un río, eventos que suceden
en orden, fluyendo cuesta abajo, y ahora ya no estoy tan segura de eso…” la
mujer contempló la luna, y esta se reflejó en sus ojos color miel “… en fin, me
gustó compartir estos momento contigo, pero me gustaría pedirte un último favor”
“Claro.” “Cuando cuentes lo que pasó, por favor relata todo tal cual lo
viviste.”
Y, gracias a eso, es que
estoy aquí ante ustedes, contándoles este fantástico relato de las últimas
noches en el mundo de una mujer que tuve el honor de conocer, y de la vida que
decidió compartir con este pobre borracho. Aún no logro entender lo que todo
esto significa, y las imágenes de aquella última noche aún están conmigo, junto
con aquel vacío que las acompaña, pero siempre que se hace presente, aquel
terrible vacío, me acuerdo de las últimas palabras que le dijo la hija a su
madre, aunque nunca pude escuchar nada, sí pude sentirlas, pues mientras la
enfermedad se comía su mente y la vida se le escapaba, la hija, haciendo uso de
todas sus fuerzas logró decirle a su madre una sola cosa: Gracias.
Y como siempre, si les gusta lo que leen, no olviden suscribirse al blog, darle like a la página de Facebook (Aquí), y también pueden seguirme por twitter en @isaiaslemus